30 Dic 2021 / Noticias /
Columna de opinión historiador y académico Dr. Maximiliano Salinas: “La mejor convivencia humana”

En el marco del reciente fenómeno político, y la reñida elección presidencial; el historiador y académico de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago de Chile, Dr. Maximiliano Salinas, se refirió en su columna de El Desconcierto a este despertar democrático; fenómeno que el académico vincula a la imagen renovada e insurrecta de Gabriela Mistral.

En ese contexto, compartimos la columna, a continuación:

La enseñanza escolar chilena todavía no ha instalado en el centro de la formación humanista en historia y ciencias sociales o en filosofía el pensamiento poético-social de Gabriela Mistral. A lo más se la enseña en el dominio de la literatura. Así nos perdemos literalmente montañas de sabiduría. Un día pregunté en Montegrande a unos niños para que me recitaran algún poema suyo. No supieron decirme ninguno. En el mismo lugar escuché a una muchacha turista asombradísima por saber al fin que el Pisco Mistral debía su nombre a la poeta. En una oportunidad me enteré que un historiador chileno, famoso por sus manuales escolares, profesor mío en la universidad, confesaba que no le interesaba leer ni estudiar su pensamiento. Con estos docentes y estos alumnos no manejamos el caudal de su pensar poético para entendernos y entender nuestra convivencia, nuestra humanidad. Cómo nos empobrecemos a nosotros mismos. ¡Cómo nos hacemos lesos!

El despertar democrático del último tiempo en Chile, sin embargo, nos ha traído una imagen renovada e insurrecta de Gabriela Mistral. Ella nos enseña con su exquisito lenguaje una manera de hacernos próximos desde la tierra. La tierra es la madre ancestral que nos acoge y nos instruye a ser humanos, creaturas y retoños de sus entrañas solícitas. Hemos olvidado por doquier ese origen. “Toda cultura empieza por la tierra; entre nosotros, la cultura ha querido empezar por el bachillerato…” (Una provincia en desgracia: Coquimbo, 1926). Pretendemos ser vástagos de la polis, política, grecorromana, algo odiosa y peleona. Esa sí se enseña por doquier en la escuela. Ahí estaría el origen de nuestra civilización. Extraviamos así nuestros orígenes bíblicos, que tanto apreció Mistral. Nuestra promesa es esa “tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel” (Éxodo 3,8). Somos herederos de esa deliciosa promesa. Gabriela sentía en su sangre esa raíz hebrea: “Hubo en mi seso una abeja enviciada en cáliz abierto de rosa de Sarón, es decir, en miel hebrea” (Mi experiencia con la Biblia, 1931). En una extensa misiva a Jaime Eyzaguirre, el historiador conservador, le dice: “[Estoy] con los judíos en medio de un mundo al que le importa un comino el que sea befado y matado como hormigas el pueblo de los apóstoles” (carta a Jaime Eyzaguirre, 1942).

¿Dónde advertía Gabriela lo mejor de nuestra historia chilena? “A mí me gusta la Historia de Chile, […] Me da un placer semejante al de una faena bien comenzada, bien seguida y bien rematada” (Breve descripción de Chile, 1934). Para la poeta es indispensable y reparador reconocer en ella el vasto telar de la vida amorosa: hospitalaria, solidaria. Más identificada con el huemul, símbolo de ternura para el mundo mapuche: “Bueno es espigar en la historia de Chile los actos de hospitalidad, que son muchos; las acciones fraternas, que llenan páginas olvidadas. La predilección del cóndor sobre el huemul acaso nos haya hecho mucho daño. Costará sobreponer una cosa a la otra, pero eso se irá logrando de a poco” (Menos cóndor y más huemul, 1926).

Gabriela reconoció en el pueblo mapuche el pasado y el futuro de nuestra historia. “Ellos fueron despojados, / pero son la Vieja Patria, / el primer vagido nuestro / y nuestra primera palabra. / […] / Nómbrala tú, di conmigo: / brava-gente-araucana. / Sigue diciendo: cayeron. / Di más: volverán mañana” (Araucanos: Poema de Chile). En el itinerario de nuestra convivencia política llama la atención que haya manifestado más de una vez su simpatía por Francisco Bilbao, el joven soñador de un ideal democrático durante las primeras décadas republicanas. Mientras los conservadores rasgaban vestiduras, para ella Bilbao es “el apóstol arrebatado, de corazón de niño, que espantó a la ingenua República postcolonial con una violencia llena de candor como el arrebato verbal de su maestro Edgard Quinet” (Arturo Alessandri Palma: político y académico, 1936). Prefería el coraje del joven demócrata a la pasión del orden de Andrés Bello, el maestro de una élite todavía colonial. También es digna de rescatar su simpatía por Pedro Aguirre Cerda, su amigo querido. Recordándolo hace una sugestiva observación sobre sus compatriotas: “Dios lo haya recibido en su reino, porque tuvo una disidencia muy importante respecto del chileno: no tenía crueldad ni matonería, y estos vicios son tan graves en nuestra raza que han de ser muy odiosos al Señor” (carta a la familia Tomic Errázuriz, 1942). ¡Los vicios de nuestra raza! Mistral los reconocía sobre todo no en el pueblo, como lo hiciera una típica mirada colonial, sino en una élite carente de voluntad comunal y bíblica. “A mí me da una real sensación de alivio saber que los muchachos -Frei, Tomic y los demás- se han ido con las democracias sin más, sin tiritar como los conservadores con ese tiritón de los viejos, y sin creer como nuestros ricos en que todo puede echarse a la pira, cristianismo, decoro, todo, con tal de salvar los reales” (carta a la familia Tomic Errázuriz, 1942).

Ahora que ha culminado felizmente una tensa y reñida elección presidencial es el momento de aprender a reconocernos próximos, aprender la magia y la alegría de convivir juntos. Dejemos como un recuerdo de mal gusto el torbellino elitista de las acusaciones arrogantes y mentirosas. La democracia es nuestra mayor obra de arte colectiva. Hagámosla compartiendo sus hallazgos, sus logros, apegados a la madre común que nos contiene, la tierra de acentos indígenas y bíblicos, como le sabía tan bien a Gabriela Mistral. La democracia nace de la Tierra. Como expresión de amor colectivo se nos hace carne en más de una generación: “No digamos que ya es hora de amarnos: el amor, en el individuo, relámpago sobrenatural, es en un pueblo un cuajo lento y maravilloso, como la creación de una madrépora; necesita de la sangre de tres generaciones a lo menos” (Organización de las mujeres, 1925).

Puedes revisar los detalles de esta columna, aquí: bit.ly/33Y4yS5