El historiador y académico de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile, Dr. Maximiliano Salinas, se refirió en su columna de El Desconcierto a la realidad de Santiago como “expresión inconfundible del ordenamiento colonial y el centro de operaciones de la invasión europea”.
En ese contexto, mencionó: “La ciudad de Santiago ha sido expresión inconfundible del ordenamiento colonial, del estilo metropolitano de vida. Fue el centro de operaciones de la invasión europea. Algo de reservado y de reprimido quedó en el modo de ser santiaguino. Ignacio Domeyko decía en el siglo XIX que el carácter y el aspecto de los habitantes de la ciudad era grave y piadoso. En su libro sobre Chile entre 1541 y 1826, La Edad Media de Chile, Gabriel Guarda coloca en la portada a un Apóstol Santiago victorioso sobre los enemigos de la cristiandad. Durante el último siglo monárquico presidieron la ciudad inquisidora y letrada caballeros de la orden del Apóstol Santiago con apellidos familiares: Echenique, Zaldívar, Larraín (Luis Lira, Las órdenes y corporaciones nobiliarias en Chile, 1963). ¿Qué les pareció a estos patricios de sangre ‘pura’ la revolución de la Independencia? ¡Fue un terremoto… político y religioso! Por ellos jamás sucumbiera el orden de la desigualdad colonial. La encarnaban con sus privilegios y su apariencia católica. Manuel Rodríguez, animación de un Chile con otro destino, no confió en estos ‘godos’ linajudos. Eran los mercaderes cristianos de Santiago”.
“Al fin ese fue el orden que se extendió desde la capital a todo el país a partir de 1833: la mesura del mercader cristiano. Para ello hubo que desconocer en Santiago las expresiones vitales y culturales de un pueblo que se exhibía sin duda más indígena de lo conveniente, de lo citadinamente adecuado, de lo políticamente correcto. Ese fue el empeño pertinaz de Andrés Bello, con sus gramáticas y sus códigos, provechosos para Diego Portales y compañía ilimitada: las aspiraciones supremacistas de ‘Chile, Inglaterra del Pacífico’”.
En relación a la mestización y al pueblo mapuche, el historiador sostiene: “La mestización amacizó la fibra del pueblo, que ha conservado la indomabilidad del araucano”, dijo Rubén Darío. La identificación, aun inconsciente, con la herencia indígena es experiencia flagrante del mestizaje en toda América. ¡Un quebradero de cabeza para los sostenedores de la república urbana y mercantil en Chile! ¿Cómo apartar lo indígena del mestizo? ¿Cómo hacer pasar al mestizo por el colador de la mesura, la mensura colonial y metropolitana? Fue el desafío del siglo. Advirtió un académico universitario: “El pueblo chileno es aún demasiado indígena, haciéndole falta mayor mezcla de sangre europea, que le daría iniciativa de ahorro, seriedad, honradez, hábitos de higiene” (Francisco Walker, Nociones elementales de derecho del trabajo, 1941). Un filósofo prefirió echar a volar su propia imaginación y optó por definir al pueblo chileno como un dechado de sobriedad; metódico, equilibrado, ordenado: el modelo tradicional del mercader. Opuesto al exceso, al frenesí, al desborde (Jorge Millas, Idea de la individualidad en Chile, 1943). Eduardo Frei Montalva, poco antes de fundar la Democracia Cristiana, terminó diciendo en 1955: “Si penetramos en la historia de Chile y de ella extraemos todo lo que hay de positivo, lo que ha constituido su saldo favorable, podríamos anotar como signo esencial el que este país no ha tenido un destino indígena”.
El académico concluyó, reflexionando sobre lo que permanece actualmente en la capital: “Hoy se vuelve acuciante un dilema histórico de vasta duración. De un lado, la ciudad de Santiago, con sus caballeros, sus devociones, sus mercaderías …de ralea colonial; de otro, la aspiración libre de un pueblo diverso e inspirado en las enseñanzas congregantes de la Mapu Ñuke, madre tierra, de todos, no sólo de algunos bienaventurados, como el Apóstol matamoros, mataindios. En las históricas ‘avenidas’ o desbordes del Mapocho, río libre, la ciudad colonial siempre sólo vio estragos, su propia finitud. “Los españoles metieron la pata / A quién se le puede ocurrir / Instalar las ciudades en el Valle Central” (Nicanor Parra, 2014)”.
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