Fuente: Instituto de Estudios Avanzados IDEA USACH
La hasta ahora exitosa estrategia taiwanesa contra el Covid-19 ha sido un logro de oportunidades para la isla Estado. Es cierto que Taiwán no controla las externalidades geopolíticas que aseguren su independencia per se, como la determinación de Estados Unidos (Zhan & Sauvage, 2002) o el éxito del bloqueo diplomático liderado por Beijing. A esto se ha unido el fenómeno que la isla –que el Partido del Kuomintang consideró la “República China en Taiwán”– tiene una población que hoy mayoritariamente ha vivido independiente, no ha creado lazos con el continente, y considera que es un Estado con autonomía política, militar y económica. La elección de autoridades que ratifican la identidad taiwanesa sobre la china irrita ciertamente a China Popular, que no ve en ella más que una provincia rebelde. Incluso el ofrecimiento de “un país con dos sistemas” aplicado a Hong Kong ha perdido atractivo para Taiwán (si lo tuvo) dadas las acciones restrictivas para uniformar políticamente a dicha ciudad, y que ha derivado desde 2019 en serios incidentes en la primera.
Desde el punto de vista médico (Cheng, Li & Yang, 2020), Taiwán logró controlar el flujo infeccioso desde el continente. Situado cerca de China Popular, tiene un récord de infectados y muertos muy por debajo de Australia. A fines de mayo Taiwán reportaba una ratio de 7 muertos (0.3 por millón de habitantes), en tanto Australia era 4 por millón de habitantes. Taiwán tiene 23.780.000 de habitantes y Australia 24.990.000. La estrategia taiwanesa combina alerta temprana, acción proactiva, uso del Big Data y plataformas en línea, además de la disciplina de la población. El 31 de diciembre de 2019 fue además el primer país que informó oficialmente a la Oficina de Reglamento Internacional de la OMS acerca de la trasmisión en 7 casos en el continente de una “neumonía atípica”, expresión que aludía primitivamente al SARS. Dichas advertencias no solo fueron ignoradas, sino que el director gerente del organismo mundial, Tedros Adhanom G., las calificó el 13 de abril de 2020 de “racistas”, en un giro insólito, dada la mancomunidad genética de ambas poblaciones. El subdirector de OMS, Bruce Aylward, no lo hizo mejor cuando, consultado por los resultados taiwaneses, cerró el micrófono en una entrevista, y cuando la reanudó manifestó que ya había hablado de “China”.
El énfasis desproporcionado en aceptar la narrativa de Beijing tiene por cierto algo más que la cercanía personal, denunciada por Der Spiegel, entre su director gerente Adhanom y el Presidente chino Xi Jinping. Obedece a una presión que, desde el ingreso a Naciones Unidas de China Popular, ha procurado el aislamiento diplomático, quedando en la actualidad reducida a 14 países, varios hispanoparlantes. Baste decir que el Comité Olímpico Internacional no reconoce a Taiwán, y que la APEC la considera como “economía” pero no como Estado. En la “Diplomacia del Dólar”, como se le llama desde Taipei, China Popular invierte dinero para convencer a los últimos Estados en cambiar su reconocimiento, como aconteció en septiembre de 2019 con las Islas Solomón.
La invisibilización de Taiwán obedece entonces al encierro diplomático chino, pero también a una narrativa política distinta. Me refiero al éxito, que ya no se puede atribuir -como hizo la red de medios de comunicación china en una inserción en El Mercurio– a los méritos del Partido Comunista chino. La segunda fase provino de la evidente instrumentalización que hizo Washington de las capacidades taiwanesas y de la reanudación de su compromiso estratégico, variable sobre la cual Taiwán no tiene injerencia directa y que más bien es instrumental a la “chinezación” (sic) del problema. La tercera fase, en cambio, aprovechó la carrera por insumos médicos, en la cual China Popular utilizó su capacidad instalada para donar millones de mascarillas médicas. El problema fue que éstas evidenciaron en ciertos envíos características defectuosas, como se vio en Holanda, España, Alemania, Finlandia, Polonia, Canadá y Estados Unidos. Desde marzo Taipéi utilizó este traspié para su propia autopromoción, donando 10 millones de mascarillas a otros países del Sudeste asiático, Europa y Estados Unidos. En ese contexto también la Presidenta y el Ministro de Salud taiwanés reiteraron su ignorado papel en la alerta temprana. De modo que la narrativa taiwanesa, de un régimen exitoso en materia de contención del virus, se transformó también en una baza geopolítica en pos de su visibilidad internacional: la misma que el sistema intenta negarle desde la Resolución 2758 de 1971.