Fuente: La Tercera.
Sabemos que ni el proceso constituyente ni el retiro del 10% de los ahorros previsionales estaban entre los objetivos del segundo mandato del Presidente Piñera; en ambos casos, esas conquistas han sido más bien fruto de una movilización masiva, multitudinaria y nacional. Hay un porcentaje minoritario de personas que les acomoda el país como está hoy, mientras la otra gran mayoría constata a diario que se deben hacer cambios para que sus vidas sean un poquito mejor.
Cuando la ex Presidenta Michelle Bachelet, en su campaña de 2013, propuso cambios y reformas profundas poniendo la desigualdad en el centro de los problemas nacionales, fue duramente criticada por sus adversarios, muchos de los cuales recién ahora (seis años después) reconocen que eran necesarios. A ese grupo minoritario les gusta el sistema de AFP, les gusta la Constitución, la educación como un bien que se consume y no como un derecho que se exige, la salud con seguros privados que se compran, y no como un derecho impresindible para la dignidad de todas las personas, a través de una salud pública fuerte; qué decir del agua como una propiedad, en manos de algunos y no como un bien de uso público. Ejemplos de ese país que beneficia a unos pocos sobran, el problema es que ejemplos del país para todos y todas, son los que faltan.
Y ahora, cuando la paciencia dice basta porque las promesas se tomaron 30 años, y la pandemia pone en jaque a todos los países del mundo, en Chile se desnuda la precariedad de la vida nacional: informalidad, pobreza, rabia. ¿Pudimos comenzar los cambios antes?, sí, pero siempre hubo otras razones que fueron más convincentes que el bienestar de las personas, de todas, sin apellidos, ni ingresos, ni distinciones. Siempre focalizando en unos poquitos, cuando se podía hacer universal.
Ahora asoma una oportunidad única: el plebiscito de octubre. Si el gobierno comprende la profundidad de la crisis, se debería jugar hasta el último aliento en darle certeza a las personas de que el plebiscito va, de que se hará con las máximas seguridades para la salud de todos, pero también para la salud de la democracia y de la economía. Es hora de que el gobierno comprenda que en las crisis se trabaja con la sociedad civil, que mientras más instituciones y organizaciones piensen y propongan, disminuyen los problemas, que mientras más se comprometan con llevar adelante el plebiscito, mejor saldrá.
El plebiscito no es un problema, es la única oportunidad y solución que tenemos para darnos un futuro sostenible, posible y vivible para todos y todas.