Fuente: La Tercera
Hoy el epicentro del virus es la ciudad de Nueva York, que se prepara por una crisis profunda en abril que podría sumar en todo los EE.UU. entre 100.000 a 240.000 muertos. Luego, lo peor de la crisis llegará a América Latina. La pandemia afecta a todos, pero no hay que ser ingenuos en pensar que los más pobres y vulnerables serán afectados con más fuerza, por la carencia de coberturas de salud, por la prevalencia de otras enfermedades y por la crisis económica posterior. Lo mismo pasará con los diversos países del hemisferio y para enfrentar esta crisis se requiere fomentar nuevas formas de cooperación así como redefinir el rol del Estado.
El nacionalismo, junto a una posible ola de antiglobalización, no deben ser las respuestas al escenario actual. ¿Será posible llegar a este consenso durante un momento tan drástico y lleno de desafíos? Aunque difícil hacerlo ahora, sería irresponsable pensar que después de esta crisis todo volverá a la antigua normalidad. Es muy cierto que habrá varios retos en el futuro entre la salud pública y la seguridad ciudadana, desafíos que incluyen nuevas pandemias y desastres naturales, y por supuesto el cambio climático. Todos elementos que causarán futuras disrupciones a la vida cotidiana.
Estados Unidos ha jugado un rol al menos preocupante en los últimos años. La persecución de migrantes latinoamericanos, la estigmatización de los hispanos e incluso la actual “lucha contra el narcotráfico” que impulsa el gobierno federal, han distanciado los espacios posibles de acuerdo y colaboración. Se requiere definir nuevos mecanismos de cooperación y trabajo conjunto por que los desafíos no son nacionales sino globales. Según cifras del Departamento de Estado, el gobierno estadounidense ha destinado US$ 274 millones para enfrentar la crisis mediante una reserva de emergencia, de los cuales 8,5 por ciento está destinado a América Latina (es decir US$ 23,4 millones), principalmente dirigido a Venezuela, Colombia y Haití. Dado la magnitud de la crisis, urge aumentar el apoyo a los países vulnerables que cuentan con sistemas de salud precarios.
La cooperación hemisferica ha sido asumida desde su componente económico y la desaceleración generará repercusiones e impactos dañinos en la economía regional tanto como global. En 2018, el hemisferio representó el 33 por ciento de la economía global, según datos del Banco Mundial. Y cerca de 44 por ciento de las exportaciones estadounidenses en 2018 fueron designados para el hemisferio. Las importaciones de EE.UU. desde el hemisferio fueron 31 por ciento del total en 2018, según la Oficina del Representante de Comercio de EE.UU., los pronósticos son poco alentadores. Según la banca de inversión Goldman Sachs, se proyecta en EE.UU. una disminución del producto bruto real de 34 por ciento en el segundo trimestre y un aumento en la tasa de desempleo que llegará al 15 por ciento durante los mediados del año.
Es sumamente importante el impacto económico –pero no debe influir otras formas de fortalecer vínculos entre los países del hemisferio. La investigación científica, especialmente en relación a las enfermedades zoonóticas, debe ser un área de mayor inversión y compromiso entre nuestros países. Además, la política exterior chilena puede beneficiarse de liderar y buscar lazos importantes para enfrentar esta crisis, creando un grupo de países para la gestión de la emergencia actual, y con miradas hacia el futuro, impulsando nueva investigación sobre pandemias zoonóticas emergentes. Chile tiene la oportunidad de revisar su rol de liderazgo en América Latina, reconociendo la necesidad de establecer verdaderos mecanismos de cooperación, intercambio y consolidación de instituciones públicas para enfrentar la coyuntura post pandemia.
La guerra contra el virus no puede convertirse en la guerra entre países por los implementos médicos o las vacunas. La redefinición de liderazgos será la tónica de los próximos años. Chile tiene la oportunidad de convertirse en líder del proceso de transformación de los Estados latinoamericanos y el diseño de una agenda común que involucre no solo acuerdos comerciales e intereses económicos, sino también capacidades de ciencia y tecnología, innovación y respuestas conjuntas.
Esta columna se escribió en conjunto con Anders Beal, asociado e investigador del Programa Latinoamericano del Wilson Center.
Publicado el 8 de abril de 2020.