El profesor se refiere al discurso de formación ciudadana y también al voto obligatorio.
El académico del Departamento de Educación de la Universidad de Santiago de Chile, Dr. Jaime Retamal, analizó en La Segunda, el fenómeno de la educación cívica en el país, en el marco del reciente plebiscito constitucional, que se llevó a cabo este 4 de septiembre.
Compartimos su columna, a continuación:
Mucho se discute sobre la forma de la educación cívica, sobre todo porque debiera ser ampliada en su praxis pedagógica hacia una “educación ciudadana” que forme al sujeto en su relación con los otros, la naturaleza y las tecnologías, en respeto a los derechos humanos.
Se insiste con ello en que la “vieja” educación cívica, centrada principalmente en el acto electoral, sería más bien parte de un currículum “básico” y hasta poco crucial, pues se entendería como un automatismo mecánico, como la mera “expresión” de un asunto, la punta de un iceberg, más profundo.
En este sentido, el discurso de la formación ciudadana peca las más de las veces, por una parte, de un academicismo cognitivo y, por la otra, de un lenguaje cargado de discursos que se mueven en las esferas de la protesta, el resentimiento, el ánimo dicotómico y, algunas veces, derechamente, de la pedantería.
Con asombro leímos tan sólo ayer que algunos de los que estaban a favor de la tendencia derrotada —el se quejaron por un país —el nuestro — porque no estaba preparado para una carta magna así, progresista, de avant garde, internacional.
Mediante un clásico discurso post-progresista o neo-progresista se asume inmediatamente otro discurso, el del declive, de la decadencia, del desfondamiento moral de quien hace el ejercicio de votar justamente lo contrario que se considera pieza fundamental del avance de la sociedad.
El filósofo francés Pierre-André Taguieff insiste en que, para pensar la política en este momento en el que el progresismo está en jaque, se debe partir por cuestionar ese estilo: ese giro nihilista que añora un mundo en el que antes se estaba mejor, sobre todo si de derrotas políticas se habla. La idea de un mundo completamente virtuoso que se ajusta perfectamente a mis juicios respecto de lo que son, en realidad, los acontecimientos sociales, no es sino una falacia que Hume ya calificó como “naturalista”, una forma elegante del exalumno de La Fléche para referirse a los tozudos que quieren encuadrar lo axiológico en lo epistemológico. El voto obligatorio mostró su mejor rostro, ayudó a sincerar las cosas y perfiló una “servidumbre voluntaria” que, sin dejar de ser contradictoria o incluso paradojal, nos permite reivindicar la vieja y noble educación cívica. Enhorabuena
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