13 Nov 2025 / Columna de Opinión RSU / Columna de Opinión RSU /
El futuro se fue y quedó en las urnas

“El futuro pasó, ya no está, se fue”, cantaba Jorge González, ese músico irreverente de voz quebrada que alguna vez nos unió a coro durante las manifestaciones del 18 de octubre, cuando entonábamos El baile de los que sobran. Luego vino la pandemia, la disputa por el significado del octubrismo. Y después, lentamente, el retorno al individuo: a la trinchera privada, a la soledad del propio desencanto.

Hoy, con un panorama más desolador, nos acercamos a las elecciones del domingo 16 de noviembre. Y aunque cerremos las puertas y las ventanas, la sensación de derrota se cuela igual. Aquellos intentos por alcanzar la igualdad parecen haber quedado en eso: en intentos. De ellos solo queda una estela de optimismo gastado y el sabor amargo de una esperanza rota, esa que se filtra por los recovecos de la historia para recordarnos que, muy probablemente, tendremos un gobierno de ultraderecha. La historia no es nuestra.

Más allá de los discursos de odio, que no son menores, también escuchamos a los expertos economistas repetir su viejo mantra: hay que reducir el gasto público, eliminar “la grasa del Estado”. En este tiempo de ofertones electorales, las promesas se multiplican: José Antonio Kast asegura que recortará 6.000 millones de dólares en 18 meses, aunque no ha querido explicar cómo lo hará, tal vez por los posibles efectos electorales; Matthei, por su parte, promete reducir 8.000 millones a través de ajustes en el gasto social en cuatro años.

Pero, más allá de la conversación puramente economicista, ¿por qué esto nos debería importar? Porque esos recortes no pueden plantearse sin poner sobre la mesa la posibilidad de afectar beneficios sociales fundamentales como la PGU, la gratuidad o la sala cuna. El exjefe de la Dirección de Presupuestos en el segundo gobierno de Sebastián Piñera, Matías Acevedo, ya advertía que la gratuidad podría estar bajo revisión, argumentando que hay personas que declaran ingresos menores a los que realmente perciben.

Sin embargo, estos programas, como la gratuidad, no es un lujo y está lejos de serlo: fue diseñado para aumentar el acceso a la educación superior de los hogares del 60% más vulnerable. Cuestionar su continuidad, por ejemplo, no es un simple ‘ajuste técnico’, es retroceder en el derecho a estudiar. Como ha dicho la portavoz del gobierno, Camila Vallejo, “lo que está en juego es la administración de los recursos públicos”, es decir, los recursos de todos los chilenos y hay que hacerlo de manera responsable.

Mientras los expertos debaten sobre cómo reducir el gasto fiscal a costa de los beneficios sociales, pasa casi inadvertida la discusión más profunda: la necesidad de reforzar un pacto social que sostenga algo más que balances contables. Porque, al final, no se trata solo de cuánto se gasta, sino de en qué país queremos vivir.

Es verdad que hace algunos años nos atrevimos a soñar; hoy, quizás, pedimos lo mínimo: una campaña responsable y un candidato o candidata que realmente nos represente. Sin embargo, lo que vemos en la práctica es otra cosa. Matthei y Kaiser parecen más preocupados por ostentar su linaje o gestos de sofisticación que por conectar con la vida cotidiana de la mayoría de los chilenos. En el último debate televisivo de Anatel, Kaiser, el mismo Johannes Kaiser quien dijo que los violadores de mujeres “feas” deberían recibir una medalla de honor, impresionó con un gesto hacia su colega Matthei, entregándole una rosa y un tierno saludo en alemán: “Danke schön (muchas gracias)”, respondió la candidata. Mientras estas maromas y símbolos varios se despliegan en la pantalla, la clase media y los sectores más vulnerables siguen sin encontrar representantes que comprendan sus necesidades reales: educación, salud, vivienda y derechos básicos que no se resuelven con gestos, sino con políticas que reflejen la vida cotidiana de la mayoría. La desconexión es evidente, y con ella, la sensación de que el país sigue gobernado por y para unos pocos.

¿Para quiénes gobernarán ellos? Probablemente no para el 60% de los beneficiarios de la gratuidad, ni para aquellos que alguna vez vieron en el CAE una herramienta de movilidad social, donde la promesa de la educación era liberarse de contar las chauchas. Es cierto que pocos entendimos el saludo en alemán de Kaiser, pero ese pequeño gesto simboliza mucho más que una cortesía: marca la distancia entre una elite que se mira a sí misma y un país que sigue esperando ser escuchado. Si alguna vez hubo futuro o esperanza, hoy se ve más difícil, especialmente con la posibilidad de recortar beneficios sociales en nombre de una recaudación fiscal “más eficiente”. En otras palabras, esos recortes volverán a golpear a los mismos de siempre: a la clase media y a los sectores más vulnerables, los que sostienen el país mientras otros deciden por ellos desde arriba. Y no, no se trata de una pirámide invertida. El futuro que soñamos, tal vez, ya se fue.

Por Carla Quiroz Carvajal – PhD Candidate. University of Edinburgh
Carla es periodista de la Universidad de Santiago y continuó sus estudios de posgrado con un Máster en Ciencias de la Comunicación de la misma institución. Actualmente, es candidata a doctora por la Universidad de Edimburgo en Reino Unido. Su investigación doctoral explora las respuestas emocionales a la desigualdad social, con un enfoque específico en el feminismo chileno.