Fuente: La Tercera
Desde un comienzo, la prensa y el gobierno se enfocaron en la violencia de las marchas y movilizaciones en vez de comprender el significado y las historias que estaban tras un malestar que nos acompaña por años. Vimos como para el gobierno era más importante hablar de las cosas quemadas o rotas (semáforos, edificios, cuarteles) que de la mutilación de los ojos o las violaciones y torturas realizadas por agentes del Estado durante el período de las protestas.
Ese tipo de coberturas noticiosas es lo que el estudio de Saif Shahin llama “El Paradigma de las Protestas”: algunos medios dedican su línea editorial a hablar de destrucción, vandalismo, pero no dedican el mismo tiempo y espacio a las razones que motivan las protestas. Las manifestaciones, según este estudio, terminan narrándose como desviaciones a nuestro orden social, en contra de las y los ciudadanos pacíficos y trabajadores, lo que favorece el statu quo y la resignación. Se busca instalar la idea de la mano dura e invita a los ciudadanos “correctos” a agachar la cabeza y seguir trabajando duro, sin pensar ni cuestionar a las autoridades o criticar el orden de las cosas.
La participación de las personas en el plebiscito del 25 de octubre, a pesar del miedo por la pandemia y el otro miedo que los medios machacaban semana tras semana sobre la destrucción de Chile y la violencia, dio paso a que más gente participara con la idea esperanzadora de que las cosas pueden cambiar. En todas las zonas de sacrificio del país, el Apruebo arrasó. Ahí donde la gente no tiene agua para tomar, o respirar se transforma en una enfermedad segura, las personas votaron masivamente por los cambios.
La vieja estrategia de la “campaña del terror”, que fue utilizada por los partidarios de Pinochet en el plebiscito de 1988, solo logró convencer a cuatro comunas en Chile. El gobierno buscó instaurar desde el comienzo del estallido social el miedo al derecho a expresarse y protestar. Intentó cada día, desde octubre de 2019, reprimir a los jóvenes manifestantes, de acallar y llevarlos de vuelta a “su” normalidad. El “enemigo poderoso” al que se refirió una y otra vez el gobierno, no eran las células extremistas extranjeras, sino el cansancio de su propio pueblo de ver que las cosas son buenas para unos y tan difíciles para el resto. Han sido 30 años viviendo y construyendo un país libre a la sombra de una dictadura.