Fuente: The Clinic
Este 2020 parece ocurrir más bien en el calendario que en las vivencias y experiencias. Desde marzo y hasta hace pocos días existimos a medias, sobreviviendo encerrados para protegernos y cuidar a los demás, habitando vidas incompletas, sobreviviendo biológicamente, pero carentes en gran parte de lo que nos es indispensable en tanto humanos. Entre el sueño y la vigilia acontecemos exigidos por mantener la televida y el teletrabajo (de contar con él), exigidos por el imperativo sanitario a transformarnos en seres sin familia y amigos, sin ritos ni fiestas, sin música y baile, sin arte y cultura, e incluso, sin montañas, bosques, playas ni campo. Nos mantenemos sanos hipotecando nuestra vida. ¡Pero por fin llegó septiembre!
Para quienes habitamos esta tierra jamás se trata de un mes entre otros; porque septiembre es un viento, un trueno, unas cuantas ideas y mil heridas. Septiembre y sus paradojas duelen, pero como dijo Nietzsche, el dolor nos profundiza. El mes de las ideas de la patria, de sus albores y de sus ocasos, tensiona a Chile entero; y hoy más que nunca: celebra un origen mientras se acrecienta la disputa con el pueblo mapuche; vitorea a las Fuerzas Armadas y a Carabineros de Chile en el día de las Glorias del Ejército de Chile, mientras aún no se lleva a cabo una reforma profunda a ambas instituciones; simula que el 11 de septiembre no existe, que sólo fue una avenida en Providencia, que no violaron y experimentaron con seres humanos, que no hubieron muertos, ni torturados, ni desaparecidos. Pero septiembre también es denuncia.
Sin fondas, se mantiene el narcótico patrio vigente; con indicaciones del “fondearte” en casa confusas, desorientadoras e irresponsables. Esperemos que septiembre traiga más viento y lluvia que nunca, que nos truene encima y nos despierte con su fuerza histórica del letargo que esta pandemia no sólo nos tapa la boca, sino que proclama victoriosos a los que nos creen idiotas. Idiotas, recordemos, se decía en Grecia a quien no se ocupaba de asuntos políticos, de quien sólo tenía en cuenta sus intereses privados y particulares, y no las cuestiones públicas. Y es cierto que la vida privada importa, pero lo privado, aprendemos, siempre tiene un ribete político.
En la intimidad de la televida, los televisores de cada mañana chilena nos inundan con personajes públicos que parece sólo atienden a intereses particulares. Los alcaldes se han posicionado como las grandes figuras políticas, rehabilitando en parte su clase, precisamente por atender los agobios de sus conciudadanos. En ese contexto, incluso se han levantado dos figuras como posibles candidatos presidenciales, Joaquín Lavín y Evelyn Matthei. ¿No es esto escandaloso? Por cierto, una trampa, como dice justamente la palabra escándalo.
Lavín y Matthei se falsifican abiertamente para abrir paso a sus ambiciones. Incalculables son los memes que recorrieron las redes sociales desde que Lavín se autoproclamó “socialdemócrata”; pero de su apoyo a la dictadura, de su militancia al Opus Dei, de su pinochetismo, el alcalde mantiene toda reserva. Matthei, por su parte, lo hace con elegante descaro; y ante la simple pregunta de si se posicionará a favor del “apruebo” o “rechazo”, la alcaldesa mantiene el más hermético de los silencios. Con franqueza, ¿no nos merecemos mejores políticos?, ¿personas que tengan una orientación ideológica clara, sea la que sea, pero que la expongan?, ¿con el valor de defender ideas, dar argumentos y no sólo callar para no perder al votante posible?, ¿con colores definidos, coherentes consigo mismo al menos y su trayectoria, y no seres miméticos que bailan al son de las encuestas de popularidad y del ranking televisivo?
¿Y no es curioso que precisamente de donde se levantan los candidatos, los matinales en particular, sean los programas que mayores denuncias han tenido en el último tiempo ante el Consejo Nacional de Televisión (CNTV)? No puede ser la televisión, ni los medios de comunicación digitales como Twitter o Instagram, los lugares emblemáticos de la política ni los únicos proveedores de su contenido. Pues su elemento fundamental es otro: las convicciones, visiones de mundo e ideologías. Pero la ideología, sabemos, es peligrosa y quizás por ello el oportunismo populista sea más seguro.
Este septiembre 2020 nos lo recuerda. Hace 50 años, un 4 de septiembre, también se inició un proyecto, se intentó levantar una idea que, por utópica incluso que la consideren algunos, era al menos eso: una idea, abierta, pública, valiente y comprometida con una visión de mundo. Política de verdad que terminó bombardeada y con un presidente muerto. Y de bien poco sirve polemizar, como intentan confundir algunos, si Allende era un socialdemócrata o un marxista leninista, porque terminó muerto y Chile, hasta hoy, con ello desgarrado. Mejor pensemos lo que significa tener políticos que viven y sobreviven como camaleones, arcaicos enamorados de los votos e infieles a todo, incluso a sí mismos.
Y como si a septiembre le faltara incumbirnos más, hoy prepara un plebiscito. En plena pandemia, con desconfinamientos que preocupan a los expertos y a la sociedad civil por sus inconsistencias: aperturas de malls para tres mil personas, permisos para “fondearse”, pero cierre continuo de plazas y parques durante los fines de semana. El temor de que los contagios suban no es sospecha infundada, sino el rumbo más esperable; basta ver cómo España, Alemania e Italia han subido en sus tasas de contagios. ¿Y qué pasa si se avecina una ola de contagios en octubre? ¿Un octubre histórico que busca refundar septiembre?
Todas las medidas deben ser tomadas para asegurar que el 25 de octubre tenga lugar. Porque el plebiscito, por imperfecto que haya sido el acuerdo de noviembre 2019, es un logro de la ciudadanía en su conjunto y debe protegerse. Ninguna enfermedad que no haga a un ciudadano interdicto debería despojar a una persona de su derecho fundamental de sufragio; más aún en una ocasión tan definitoria para el país.
El gobierno debe asegurar que todos, también los infectocontagiosos, puedan emitir su voz en este proceso. Todo lo demás sería abiertamente discriminatorio y cobarde. Sea de la forma que sea, con voto digital o presencial, todos y todas debemos poder pronunciarnos y defender con un voto las convicciones, los sueños y los anhelos que tenemos y que, estoy segura, tienen más peso y más profundidad que las acrobacias oportunistas de quienes sólo sonríen a las cámaras y bailan al ritmo de cualquier voto.