14 Ene 2022 / Noticias /
Columna de académico Dr. Daniel Fauré: “Escepticismo, desconfianza y esperanza: el triunfo de Boric desde los movimientos sociales y populares”

 

El académico del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile, Dr. Daniel Fauré junto a la Poeta y Licenciada en Ciencias Jurídicas de la Universidad de Chile, Sofía Brito, se refieren en su columna de Prensa Opal, a la victoria de Gabriel Boric y a los desafíos que presenta el abanderado de Apruebo Dignidad.

 

En ese contexto, compartimos su análisis a continuación:

 

La segunda vuelta presidencial del domingo 19 ha sido, sin duda, uno de los momentos de mayor ansiedad en la historia política de nuestros pueblos en las últimas tres décadas. Elementos para alimentar esa ansiedad había de sobra: la victoria en primera vuelta del ultraderechista Kast (que llevó sorpresivamente a un nuevo millón de votantes a las urnas), el latente boicot del transporte público y el manto de amenazas de fraude electoral que se configuraban por parte de la derecha, inclusive desde la primera vuelta, alimentaban esa sensación.

A pesar de ello, la victoria del abanderado de Apruebo Dignidad fue inapelable. Sorpresiva, incluso, en su proporción. Explicaciones para el triunfo de Boric hay para todos los gustos. Una tesis plantea que la moderación de expectativas y el viraje hacia un centro político programático con la ex Concertación, en conjunto con el respaldo explícito de Bachelet como “figura de consenso”, lograron demostrar la seguridad jurídica suficiente como para no ver a Apruebo Dignidad como la amenaza comunista, convenciendo con ello a dicho votante de centro.

Por su parte, y en disputa con lo anterior, se plantea que el éxito se debe a la incorporación de jóvenes y mujeres de sectores populares, que concurren a votar en la segunda vuelta contra el fascismo y el avance de la extrema derecha. Frente a ese abanico de opciones -y sin negar completamente la primera señalada- desde acá sostenemos, primero, que la diferencia de casi 12 puntos de ventaja, y el 7% de incremento en la participación electoral, no proviene del centrismo político, sino fundamentalmente del octubrismo movilizado, que en esta oportunidad dio muestras de pragmatismo político y capacidad táctica en el uso de la herramienta del voto con tal de frenar la amenaza de la llegada al poder de la ultraderecha.

Segundo, creemos que existe un acervo importante en nuestros pueblos en torno a la memoria histórica, y el voto del domingo 19 emerge desde la necesidad de cuidado comunitario ante nuevas formas de estado de excepción, persecuciones políticas y centros de detención, que tienen asidero en la experiencia de nuestra historia reciente. En tercer lugar, creemos que el rol del voto de mujeres menores de treinta años, ha dado paso a la tesis de la importancia del enfoque de género y/o feminista del programa de Boric, relevando la importancia de las vocerías, diputadas y constituyentes feministas que se sumaron a su campaña. Muestra clave de esto es la importancia que ha tenido la iniciativa popular de norma para la nueva Constitución relativa a la consagración de los derechos sexuales y reproductivos, que en menos de una semana consiguió los 15.000 patrocinios.

Y es que la fuerza de las campañas en tiempos de algoritmos, permite que todas estas lecturas sean posibles. Siguiendo la estrategia de los movimientos sociales desde la primavera árabe, la era de las redes sociales ha dado paso a la autoconvocatoria de los movimientos, donde tanto el mayo feminista del 2018 como la revuelta de octubre de 2019, son ejemplos claves.

Poco importa el viraje de Boric hacia el centro, cuando la masificación de su imagen en forma de afiches y memes, revitalizó las demandas históricas de los movimientos sociales, más allá de si ellas se encontraban o no en su programa. Su triunfo era la posibilidad de una apertura, mientras que con Kast la clausura de todo proyecto político de cambio se tornaba una amenaza real.

Lo complejo del escenario es cómo convivirán conjuntamente las diversas expectativas que se abren y contraponen entre sí. Mientras que las redes masifican su foto con consignas (convirtiendo incluso a su perro Brownie en una estrella de televisión), lo cierto es que sigue abierta la pregunta de la estrategia y los sectores con los cuáles asumirá el gobierno en marzo. En ese sentido, el movimiento comunicacional hacia el centro en la segunda vuelta, adoptando rápidamente las formas, gestos y palabras de la vieja clase política, es un ejercicio de sinceramiento político que puede desilusionar a algunas personas pero clarifica el escenario futuro: el Frente Amplio, contrario a lo que estaba instalado en el sentido común de ciertos sectores de la población que veían con esperanza el actuar político de los rostros del movimiento estudiantil del 2011 y los años siguientes, son parte de una izquierda socialdemócrata que, incluso en algunos temas (como la participación popular), podemos posicionarlo de forma más conservadora que el mismo Partido Comunista.

Este sinceramiento apunta en la dirección contraria de lo que, desde nuestra perspectiva, movilizó al nuevo votante joven, femenino y popular de la segunda vuelta: mientras Boric adopta el discurso de la estabilidad gubernamental republicana, las y los segundos levantaban la idea de la transformación frente al peligro de estancamiento que implicaba Kast; mientras el primero entregaba certificados de buena conducta a la derecha, las y los segundos hablábamos del peligro de volver a una dictadura legal, llamando al cuidado de sus comunidades frente al avance del fascismo; mientras el primero llamaba a integrar las ideas de Kast en su discurso triunfal, las y los segundos gritábamos desde abajo del escenario por la libertad de las y los presos políticos de la revuelta y del Wallmapu.

En ese sentido, el éxito final de Boric se debió a que logró hacer coexistir dos campañas de segunda vuelta (lo que explica que hayamos tenido llamados a votar por él -o votar contra Kast- desde figuras tan disímiles como Carmen Frei y Víctor Chanfreau): una, por arriba, moderada y centrista y otra, por abajo, con eje en profundizar la agenda de octubre y basada en la memoria histórica.

Con todo, esta dualidad del nuevo gobierno que asumirá en marzo, al convocar, por un lado, al centrismo moderado de la concertación y a la izquierda socialdemócrata y, por otro lado, a franjas de movimientos sociales y organizaciones populares (es decir, al “noviembrismo” y a ciertos sectores del “octubrismo” que actuaron tácticamente), nos llevará a un escenario donde se darán interesantes tensiones entre las diferentes expectativas de estos grupos y, con ello, a un escenario de grandes contradicciones. Todo esto sin olvidar que el futuro gobierno asume un Estado que tendrá que rearmarse luego del desmantelamiento y la crisis de legitimidad que se vive luego de octubre, y una larga pandemia en estado de excepción.

 

¿Cuál de los dos Boric tendremos en el gobierno? Los problemas a encarar los próximos cuatro años desde los Movimientos Sociales (MM.SS.) y las Organizaciones Populares (OO.PP.)

Más allá del debate anterior, que se ha desarrollado profusamente en columnas de opinión, nos interesa profundizar en el escenario que se abre para los MM.SS. y OO.PP. Centraremos esta parte en dos problemas a encarar y dos propuestas para avanzar.

 

Primer problema: La propuesta socialdemócrata de Boric.

 

El primer punto a encarar por parte de los MM.SS. y las OO.PP. es que el programa de Boric tiene carácter socialdemócrata y es difícil que se mueva de ese parámetro. Al contrario, con un parlamento en un virtual empate entre gobierno y oposición, pareciera ser que las reformas más importantes (recaudación de recursos, redistribución de éstos y garantización de derechos sociales básicos) lleve al nuevo gobierno a buscar negociar con la derecha más que apoyarse en los MM.SS. y las OO.PP. para presionar por su cumplimiento, lo que puede tender a moderar aún más dicho programa.

Esto se presenta como un problema en dos niveles: primero, porque los programas de los MM.SS. y las OO.PP. -históricos en algunos casos, en construcción, en otros- tienden a ser más grandes que cualquier propuesta socialdemócrata (incluída la de Apruebo Dignidad) lo que generará un complejo debate al interior del campo popular organizado sobre si apoyar al gobierno entrante en estas negociaciones (a fin de cuentas, en un país al que le han negado todo derecho, el más mínimo avance en esta materia parece una conquista espectacular) o si se le presiona “por izquierda” por la vía de la movilización.

Segundo, porque esta pulsión negociadora (que ya le vimos a Boric desde la campaña de la segunda vuelta hasta hoy, con directas conversaciones con el PS) puede moderar a tal punto el programa socialdemócrata que puede generar profundas crisis de expectativas y desilusiones entre las y los integrantes de los MM.SS. y las OO.PP. que busquen ser bases de apoyo del nuevo gobierno, así como de aquellas personas que votaron en la segunda vuelta movilizados por la disputa entre transformaciones/esperanza que representaba el magallánico versus el binomio estancamiento/miedo que representaba el abanderado del Partido Republicano.

Bien sabemos quienes construimos desde abajo y a la izquierda que este segundo problema es más grave de lo que parece: estas crisis de expectativas generan frustraciones y reflujos organizativos profundos, que ya en otros momentos históricos han significado la pérdida de sentido y la exacerbación del manto nihilista que nos vuelve a remarcar que “cada cual debe rascarse con sus propias uñas”, que no hay esperanza posible en los proyectos colectivos de transformación. Sabemos que la angustia de un presente sin utopías posibles, donde el empobrecimiento de la población es cada vez mayor, significan décadas de trabajo territorial cotidiano y de procesos de politización de nuevas generaciones para vencer la desesperanza ¿Cómo desafiamos la crisis de expectativas desde la defensa de lo que hemos construido?

 

Segundo problema: el rol indefinido de los MM.SS. y las OO.PP. en el futuro gobierno.

 

Sin duda, los nuevos administradores del gobierno y, de paso, del modelo político y económico de los treinta años, llegarán en marzo a ocupar ese lugar tras las banderas del “cambio”, de la “esperanza” y del “mejorar las cosas”, tres categorías que tienen hoy una amplitud conceptual que puede ser leída de formas muy diferentes si se hace desde un asiento en el parlamento a si se hace desde la militancia en un movimiento social de un territorio en conflicto. Sin embargo, en tanto este es un campo a disputar -el significado que le damos a estas categorías-, hay MM.SS. que, por su cercanía con la postura frenteamplista y/o del Partido Comunista, buscarán disputar, desde dentro, el sentido de esos “cambios” o “mejoras”. Si bien esta apuesta es legítima, la experiencia latinoamericana de lo que fueron los llamados “gobiernos progresistas” es poco alentadora sobre el éxito de una apuesta de este tipo. Tal como ha investigado con profundidad el uruguayo Raúl Zibechi, en la mayoría de los casos los gobiernos progresistas (donde podríamos incluir el de Boric) terminaron restando potencia a los MM.SS. y las OO.PP.

Lo anterior se explica por varias razones, entre las que podríamos destacar las siguientes: el gobierno gana legitimidad y capacidad de acción (que antes había perdido durante la oleada neoliberal privatizadora), pero esto se hace en base a cuadros dirigenciales de los MM.SS. que ingresan a labores técnicas, con escasa decisión política, restándole fuerza a los movimientos por la “fuga de cuadros”. De igual manera, se comienzan a hacer distinciones entre aquellos movimientos y organizaciones que, si aceptan trabajar con el nuevo gobierno, produciendo el aislamiento político -y hasta represivo- de aquellos que se planteen a la izquierda del progresismo, mientras que aquellos que ingresan caen en redes clientelares, moderan su capacidad de crítica y se subordinan a los planes y programas gubernamentales. Con ello, el potencial de construir nuevas formas de autonomía y autogestión desde los territorios se pierde, devolviéndole el protagonismo al Estado, limitando el accionar de los MM.SS. a “ser gobernados” (no a construir “gobernanza”).

El análisis de Zibechi es radical y debe llamarnos a la reflexión y a la alerta, en tanto, para el intelectual militante uruguayo, el fenómeno de este progresismo socialdemócrata no es más que: “una nueva alianza entre el capital y los administradores del Estado, basada en un pacto claro y transparente. El capital se compromete a invertir y a respetar ciertas reglas de juego. El Estado progresista ofrece reglas de juego claras que excluyen las expropiaciones y nacionalizaciones, y asegura la contención del conflicto social. Lo que ninguno dice es que el modelo sigue siendo neoliberal, aunque ahora volcado al saqueo de los bienes comunes, o sea una reprimarización del modelo productivo al servicio del gran capital global. Este último aceptó algunas regulaciones, relativas, por cierto, a cambio de paz social. Cuando esa paz se quebró por la emergencia del movimiento social, le abrió las puertas al progresismo para que controlara la situación. Hasta que se inicie un nuevo ciclo de luchas y los progresistas sean barridos de la administración del Estado”.

Frente a esto: ¿Qué hacer desde abajo y a la izquierda? Nos atrevemos a plantear dos propuestas o frentes a los que los MM.SS. y las OO.PP. deberíamos enfocarnos prontamente.

 

Primer desafío: Rearticular el programa de los MM.SS. y las OO.PP.

 

Más allá de las demandas sectoriales y territoriales que tienen los movimientos sociales más fuertes en Chile (socioambientales, feministas, indígenas), urge establecer canales de encuentro y diálogo que permitan construir un programa que tienda puentes entre esas diversidades sin anularlas. Que construya unidad sin uniformidad. De igual forma, las organizaciones que nacieron tras el 18 de octubre (el “octubrismo movilizado”) y, en particular, las asambleas y cabildos territoriales, deben ser capaces de definir mejor su marco de acción: en tanto hijas de la revuelta, sabemos que fueron primera línea tanto de contención frente a la represión de Piñera como de cuidado colectivo frente a la pandemia. Sin embargo, sin estos dos elementos en contra, deben apuntar a construir sus propias definiciones políticas, sin perder el arraigo territorial y la necesidad de repensar formas de poder local, pero en un escenario nacional que ya no tendrá la explosividad de octubre. Esto permitirá que estas organizaciones populares, primero, tengan una vida más allá de la revuelta, segundo, que una de sus principales demandas (la libertad de las y los presos políticos) se materialice y tercero, que se constituyan en un sujeto histórico que ingrese a este diálogo mayor que se requiere para que se amplíe el estrecho margen de participación que suele tener la socialdemocracia (sólo como masa votante o masa en la calle en apoyo al gobierno).

 

Segundo desafío: ganar la batalla por las subjetividades

 

A pesar de que la forma en que se plantea la política tradicional tiende a anular nuestros dolores y anhelos, para nadie es una sorpresa que lo subjetivo es un elemento fundamental en la política. Ese elemento ha quedado en el centro del trabajo y del debate político de estas semanas y pareciera estar ahí la madre de todas las batallas en el nuevo ciclo político que se abre con el triunfo de Boric. En ese sentido, creemos y sentimos que es necesario reposicionar el octubrismo refundacional como discurso (es decir, como sentido común) frente al pragmatismo centrista que Apruebo Dignidad está gestando, por ejemplo, con la propuesta de ampliar la coalición integrando al Partido Socialista, en base al acuerdo del 15 de noviembre como hito político constituyente.

Hay que movilizar y organizar a esa (inter)subjetividad que se configuró en las últimas semanas. Hay que rearticular a aquellas y aquellos que se autoconvocaron y  transformaron una segunda vuelta, que era una simple campaña televisiva, en una batalla simbólica callejera (con rayados, afiches, puerta a puerta, actos culturales) y virtual (con artes gráficas, canciones y memes) y que le dieron la épica que perdía Boric al acercarse cada día más al centro político.

Hay que sacar esas subjetividades a la calle nuevamente, para lograr reclamar que nuestros triunfos en temas de derechos o procesos de profundización democrática se logren, para evitar caer en la caricatura que cualquier avance democrático es obra y gracia de una buena “negociación técnica” entre “expertos” de izquierda y derecha, que hacen todo por el pueblo pero sin el pueblo. En el fondo, debemos evitar que el discurso del “noeslaformismo” avance, ya que ello solo beneficia a la derecha y un nuevo pacto transicional: el olvido de la revuelta de 2019 como la apertura del camino a las transformaciones que vivimos hoy, opera como dispositivo de un nuevo pacto político exclusivo y excluyente, que nuevamente limita las formas de participación política al voto y la petición, dando así señales de republicanismo a una derecha que, no podemos olvidar, se alineó completa, hace dos semanas, con la propuesta más autoritaria que tuvimos desde Pinochet.

A partir de ahí podemos ir moviendo el escenario de legitimación de la democracia representativa que vivimos con el triunfo de Boric a uno de apertura hacia otros modelos de democracias participativas y directas, donde los MM.SS. y las OO.PP. tengan no solo incidencia, sino poder.  De lo contrario, quienes nos organizamos desde abajo y a la izquierda seguiremos siendo solo quienes colocan el cuerpo a las balas para el aggiornamento de este modelo de “democracia de baja intensidad” que nos gobierna desde 1990 hasta hoy.

 

Puedes revisar la columna en detalle, aquí: bit.ly/3HTYg4B