Tras el triunfo de Gabriel Boric como nuevo presidente de la república, la académica y Directora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago de Chile, Dra. Diana Aurenque reflexionó en La Tercera, desde la filosofía, sobre el temor, la esperanza y la decepción dentro del próximo gobierno.
Compartimos su análisis, a continuación:
Desde el triunfo de Gabriel Boric como nuevo presidente se han mantenido dos sentimientos: esperanza y temor. Pero hay un tercero que será clave: la decepción.
Con todo, tanto esperanzados como temerosos coinciden en su preocupación por Chile, mejor dicho, por el futuro del país. No es el presente lo que los moviliza o agobia, sino una visión de futuro -de uno mejor o uno peor. El futuro es lo que agobia.
¿Cuál de estos sentimientos debería considerar el gobierno de Boric? ¿Debería atender a su oposición temerosa? O ¿debería, al otro extremo, poner atención a sus esperanzados votantes?
Boric debe tener a sus “enemigos” cerca, como aconseja Nietzsche, pero quizás aún más cerca a sus “amigos”.
En cuanto el temor es una emoción que puede contenerse con evidencia, razonabilidad y buenos argumentos, los “temerosos” son enemigos de más fácil trato. La esperanza, por el contrario, es mucho más difícil de manejar. Esperar significa tener expectativas de que algo ocurra en el futuro. Pero esa esperanza en el mañana, al tratarse de una confianza y no un saber, cohabita con la posibilidad permanente de no ser satisfecha: en el esperar late la posibilidad del desajuste entre expectativa y realidad.
Y, como sostuvo el filósofo Arthur Schopenhauer, sufrimos más de los deseos no cumplidos que de la realidad que nos rodea.
Quizás algunos “esperanzados” están confiados en que el próximo gabinete se vestirá de “rojo” (lo que asusta a los “temerosos”); otros desean ver en sus filas nombres con experiencia política (de esos famosos “30 años”); también habrá quienes apuesten por un gobierno con mayor presencia de miembros del FA; y habrá y habrá y habrá…
Tanto puede esperarse, en la propia fracción de Boric, que no puede sino ocurrir lo evidente: decepción.
Es evidente que no estamos a tiempo para modular las expectativas, ni al interior de su coalición política ni afuera en las calles: las expectativas están ya en marcha. Así, lo que será clave es el manejo de la decepción -no de las expectativas.
De esta última no solo dependerá que pueda calmar los temores de sus oponentes políticos, sino también evitar que sus propias líneas extremen por vías de violencia, obstáculo o desaprobación -caminos que no solo darán más peso al temor de algunos, sino que, más profundamente, contribuirán a que posiciones más duras y antidemocráticas reemerjan.
El buen manejo de la decepción de la izquierda no solo otorgará gobernabilidad al país, sino que permitirá además algo necesario: que continúe el proceso de renovación y actualización de una nueva oposición, de una derecha, liberal y no pinochetista.
Pero si la decepción al interior de las filas de Boric no se maneja adecuadamente, ella preparará el camino para que en pocos años tengamos a candidatos como De la Carrera o Kaiser que hagan ver a Kast como un amable socialdemócrata.
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