Texto: Eduardo Leiva Periodista, Antropólogo y Filósofo. Magíster Filosofía Política Universidad de Santiago de Chile
Los discursos e imaginarios del horror en América Latina constituyen marcas muy presentes en nuestras conciencias y memorias. El actual ciclo de protestas sociales en Chile no es más que expresión de las violencias fundantes de nuestra sociedad, que actualizan su vigencia permanentemente y de múltiples maneras, reivindicando a su vez un sinnúmero de otros alzamientos que vivenció Latinoamérica en el derrotero de los procesos de Conquista, Colonización, y conformación de sus Estados nacionales. Así entre la violencia inicial y la actual asonada, distan siglos de la más brutal opresión, desigualdad social, precarización, desconocimiento y desvalorización política y cultural de nuestras poblaciones.
En tal sentido, estos dos meses de revuelta social expresan una suerte de tectónica del desasosiego, es decir, un movimiento intenso de distintas capas de la estratificación social nacional, dando cuenta de las frustraciones por muchos años acumuladas ante las expectativas planteadas por el modelo neoliberal, la burocracia política y la democracia liberal, junto con importantes procesos de transformación de carácter sociocultural que rechazan la opresión y negación ejercida sobre toda subjetividad fuera del canon patriarcal.
Este desasosiego que manifiesta inquietud, además de revelar afán y anhelo, exterioriza tanto ansia como desvelo, impugnando así muy fuertemente al sistema neoliberal y su oferta de integración social a través del consumo, en aquel escenario privilegiado de socialización que ha sido el mercado.
Serán entonces los propios integrantes de las sociedades del consumo y el mercado las que pondrán en evidencia la fractura segregadora y precarizante que esta misma sociedad ha gestado. Y ello lo harán desde un lugar que parecía impensado hace años, meses o semanas atrás: desde la política, o más precisamente, desde un ejercicio de re-apropiación de la política.
No sólo era un rechazo a la clase política lo que reflejaban las encuestas, antes que todo expresaban la necesidad de las poblaciones de incidir y participar en las decisiones que comprometen al común, dando cuenta de una segunda impugnación, en este caso a la democracia representativa, tomando forma entonces una nueva comunidad (política).
La vertiginosa dinámica del surgimiento de asambleas y/o cabildos autoconvocados, y la declaración que exponen, es prueba de ello: no cederemos voluntad de poder, o al menos la voluntad cedida no será plena y tendrá estándares más elevados de evaluación y responsabilidad.
A partir de estos análisis del presente, que valoran componentes históricos y situados, es que decidimos, junto a Mariana Valdebenito, realizar el foro: ¿Es posible una filosofía política del presente? Economía, política y revuelta social.
Hoy las diversas impugnaciones y reclamos han sido aspectos centrales históricos de las agendas de diversas organizaciones: LGBTI, campesinas, indígenas, de pobladores/as, artísticas/performáticas, etc. Ello ha querido ser relevado en esta jornada. El emerger de la nueva comunidad política y las impugnaciones y propuestas que porta, tiene sentido en un marco de comprensión histórico mayor, en donde diversas organizaciones de base han tenido y siguen teniendo un muy relevante trabajo. Probablemente esta sea una de las claves en la falta de legitimidad del gobierno: incapacidad para interlocutar con dichas organizaciones, privilegiando la relación con el Parlamento; ofreciendo respuestas desde la política oficial, en tiempos donde priman políticas de resonancias comunitaristas.
La jornada, finalmente, respondió a nuestra responsabilidad como institución pública y estatal; responsabilidad que ha de significar estar a disposición para comprender, acompañar y ofrecer cauces de proyección al presente. Entonces, y ante la pregunta de entrada que ofrecía la jornada, la filosofía política no sólo es posible, sino que, más que nunca, necesaria
Publicado el 26 de diciembre del 2019.