El Proyecto Dicyt 2025 financia dos investigaciones lideradas por la académica Claudia Calquín, de la Escuela de Psicología de nuestra facultad. En “Modelo de Educación de la Sexualidad para Estudiantes con Discapacidad en Educación Superior: Desarrollo de un prototipo desde la Investigación Basada en el Diseño”, la investigadora busca construir un modelo integral de educación sexual que responda a las necesidades y experiencias de jóvenes autodenominados discas. En paralelo, el proyecto “Cuerpos post-orgánicos: interfaces humanos-no humanos en la discapacidad” explora el papel de las prótesis en la construcción de la identidad, problematizando su impacto en la autonomía y en las normas sociales sobre el cuerpo humano.
El acceso a la educación sexual ha sido históricamente un desafío para las personas con discapacidad o “discas”, concepto utilizado dentro de movimientos sociales y comunidades que buscan transformar las percepciones tradicionales. Consciente de que estas personas suelen ser infantilizadas o excluidas de espacios donde se abordan estos temas, la Dra. Calquín impulsa una propuesta que no solo contemple información sobre derechos sexuales y reproductivos, sino que también incorpore la dimensión erótica y el placer desde una perspectiva inclusiva. “La discapacidad ha sido vista como una sexualidad tutelada, controlada por terceros, donde los cuerpos discas son pensados como cuerpos asexuados o incapaces de vivir una experiencia erótica plena”, señala la investigadora.
El proyecto busca desarrollar un prototipo de educación sexual que sea adaptable a distintas necesidades y tipos de discapacidad. “No podemos pensar en un solo modelo, porque los cuerpos son diversos. Debemos preguntarnos: ¿cómo enseñamos educación sexual a una persona sorda? ¿Cómo hacemos accesible la información a alguien con discapacidad visual? La idea del prototipo es justamente permitir ajustes y reformulaciones, en un proceso que incluya la participación activa de jóvenes discas”, explica Calquín.
Un aspecto central de la investigación es la autopercepción de los estudiantes en relación con su sexualidad y la manera en que las representaciones culturales han contribuido a invisibilizarlos en este ámbito. “Nos encontramos con discursos que refuerzan la idea de que las personas con discapacidad son vulnerables y que su única relación con la sexualidad es a través del abuso o la violencia. O, por otro lado, están quienes asumen que los hombres discas son incontrolables y que su sexualidad debe ser restringida. Estas representaciones limitan el ejercicio pleno de su vida sexual y afectiva”, advierte la investigadora.
El trabajo también toma como referencia experiencias internacionales, como el movimiento por la asistencia sexual en Europa, donde trabajadoras sexuales han desarrollado un enfoque especializado para acompañar a personas con discapacidad en su vida erótica. “En países como España y Argentina ya se han dado discusiones más avanzadas sobre la asistencia sexual, mientras que en Chile aún tenemos una mirada muy restrictiva y capacitista sobre estos temas”, añade.
Desde otro ángulo, la segunda línea de investigación de Calquín se adentra en la producción de prótesis en Chile, examinando las decisiones científicas, estéticas y políticas que intervienen en su fabricación. La académica propone un análisis crítico sobre cómo las prótesis han sido concebidas históricamente como dispositivos de normalización, diseñados para que el cuerpo disca se acerque a un estándar corporal hegemónico. “Las prótesis no son solo elementos funcionales, sino que también responden a normas culturales. Se producen bajo parámetros que determinan qué es un cuerpo “correcto» y qué no lo es”, explica.
A través de un trabajo interdisciplinario que involucra la psicología, la antropología y la ingeniería biomédica, el estudio busca comprender cómo se diseñan las prótesis y qué criterios se priorizan en su producción. “Nos interesa ver cómo se parametrizan los cuerpos en los laboratorios de impresión 3D y qué decisiones toman quienes diseñan estas piezas. ¿Cuáles son las medidas consideradas ‘normales’ para una mano? ¿Qué color de piel se elige para una prótesis? Son preguntas que nos llevan a reflexionar sobre la relación entre ciencia, estética y política”, indica Calquín.
El estudio también problematiza el concepto de autonomía y la resistencia de algunas personas con discapacidad a usar prótesis. “Hay jóvenes que rechazan las prótesis porque sienten que no necesitan una adaptación para encajar en una norma. Por ejemplo, alguien con parálisis puede decir: ‘Yo me muevo de otra manera, ¿por qué debería usar una silla de ruedas si me desplazo bien así?’. Lo mismo ocurre con quienes tienen movilidad reducida y deciden no utilizar bastones. Esto abre una discusión sobre hasta qué punto las prótesis son herramientas de inclusión o mecanismos de disciplinamiento”, reflexiona la investigadora.
En el marco de este análisis, Calquín introduce el concepto de “cuerpo post-orgánico”, una idea que desafía la concepción tradicional del cuerpo humano como una entidad puramente biológica. “El cuerpo contemporáneo no es solo carne y hueso, sino que se compone de interfaces tecnológicas, desde anteojos hasta implantes y prótesis avanzadas. En este sentido, la discapacidad nos permite pensar más allá del binomio humano-máquina y reflexionar sobre lo que significa ser un cuerpo híbrido en la actualidad”, argumenta.
La investigación también se vincula con debates sobre el transhumanismo y la idea de los “supercrips”, una categoría que describe a personas con discapacidad que, a través de prótesis de última generación, superan las capacidades físicas convencionales. “Hoy en día, algunas prótesis no solo buscan igualar la movilidad de un cuerpo no disca, sino que incluso la superan, como ocurre con los deportistas paralímpicos que usan prótesis ultratecnológicas. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿dónde trazamos la línea entre la reparación y la mejora? ¿Estamos creando nuevos estándares de normalidad o estamos desafiando los límites de lo que consideramos humano?”, plantea Calquín.
Ambos proyectos, aunque centrados en temáticas distintas, comparten una preocupación común: la manera en que la sociedad define y regula los cuerpos fuera de la norma. En el caso de la educación sexual, se cuestiona la negación del deseo y la autonomía de las personas discas. En el análisis de las prótesis, se problematiza el impacto de la tecnología en la construcción de la identidad. “Nos interesa abrir el debate sobre cómo la discapacidad se ha tratado históricamente y qué nuevas perspectivas pueden surgir desde la investigación y la intervención social”, concluye la académica.
El Proyecto Dicyt 2025 reafirma así su compromiso con estudios que abordan las problemáticas contemporáneas desde una perspectiva crítica y multidisciplinaria. “Estas investigaciones se alinean con la misión de la Usach de generar conocimiento con impacto social, promoviendo una visión más inclusiva sobre los cuerpos y la diversidad funcional”, destaca Calquín.
Los resultados de estas investigaciones contribuirán a ampliar la discusión sobre la sexualidad y la discapacidad, así como a repensar el papel de la tecnología en la construcción de los cuerpos en el siglo XXI.
Créditos:
Redacción: Sofía Molina C.
Fotografía: Sofía Molina C.
Edición: Luciano Guzmán N.