Fuente: The Clinic
Muchas palabras marcan estos tiempos de pandemia: confinamiento, miedo, encierro, distancia, incertidumbre, muerte. Y es aquí, en está última amenaza, donde la filósofa Diana Aurenque ha puesto su foco de estudio en los últimos años: hablar sobre la muerte, un tema que raspa e incómoda.
Hoy, cuando la pandemia del coronavirus pone de relieve el caos que puede venir en los servicios de urgencia, cuándo la medicina se ve superada por un virus nuevo y desconocido, cuando muchos doctores tendrán en sus manos la decisión de quién puede tener un respirador y quién no, ahora es cuando el tema se torna ineludible.
Diana Aurenque, filósofa de la Universidad de Santiago y experta en ética médica, ha entrado en ese espacio. En marzo de este año, justamente, fue invitada al Congreso del Futuro para hablar de lo que significa morir y de la necesidad establecer las fronteras éticas entre la vida y la medicina.
Su universo es la bioética. Es doctora en Filosofía por la Albert Ludwigs-Universität Freiburg en Alemania y ha cursado estudios post-doctorales de bioética en The Kennedy Institute of Ethics, en Georgetown University en Estados Unidos. Actualmente es profesora en el Departamento de Filosofía y Vicedecana de Investigación y Postgrado de la USACH.
“Más que especializarme en la muerte, he estudiado a algunos autores en particular, pero en general los filósofos se han cuestionado bastante por este fenómeno porque parece ser que en la medida que somos conscientes de la muerte, de que anticipamos nuestra finitud, eso nos hace descubrir ciertas condiciones típicas del ser humano”, advierte de entrada.
¿Cómo enfrentar la amenaza de morir por un virus invisible y que está en todos lados?
-Sabemos que nos vamos a morir, pero la pandemia lo hace más presente. Este virus nos amenaza y nos trae preguntas sobre nuestra vulnerabilidad, la enfermedad y la muerte. En esta incertidumbre radical, la pandemia es una concreción de aquello que normalmente es una amenaza que no tematizamos.
¿Y aquí se muestra dramáticamente su cercanía?
-Claro, pero creo que lo dramático de esta pandemia no es solamente el peligro a morir, sino que el peligro a que colapsen una serie de estructuras que nosotros dábamos por seguras.
Está también la constatación de que no tenemos el control de nada. Puedes cuidarte, tomar distancia social, pero el virus te puede agarrar igual…
-Si, está la certeza de que no tenemos control, pero desde principios del siglo XX -en que se desarrolla la medicina moderna y se descubre lo que es un virus- sabemos que la vida humana puede peligrar a través de algo que es invisible. O sea, hace rato sabemos que hay un reino de lo invisible que gobierna nuestras vidas. Lo que pasa es que la sensación de ahora es más grave porque está la necesidad de evitarse, de encerrarse. Una de las grandes cosas que teníamos era viajar, desplazarnos, sentirnos libres en el mundo. Ahora, para poder vivir, debemos estar recluidos.
¿Y qué puede provocar ese freno de la libertad?
-Estamos viviendo una experiencia de crisis. Y esto nos cuestiona: ¿qué cosas de las que hacemos son realmente valiosas para mí?, ¿extraño a mi familia o me siento más libre? Nos vemos con tiempo para plantearnos si lo que hemos vivido es la vida que queremos. Eso es lo que permiten estas experiencias de crisis.
¿Darle un nuevo sentido a la vida?
-Los seres humanos siempre podemos generar un sentido. No es que esta experiencia puntual nos permita encontrar un sentido que estaba oculto por ahí, sino que tenemos la gracia de poder reinterpretarlo todo si queremos. No estoy pensando en la situación dramática que están viviendo muchísimas personas que ahora están sin trabajo y pasándolo mal. Me refiero a que, en general, el ser humano tiene la posibilidad de poder reinventarse o incluso sacar enseñanzas de situaciones muy duras. Las experiencias más difíciles, las más dolorosas, son las que nos hacen crecer.
El miedo a la muerte es atávico. ¿Se procesa distinto al saber que todos somos candidatos posibles?
-Tenemos certeza que la muerte va a llegar, pero no sabemos cuando. Ése es el miedo esencial a la muerte: una sombra constante persiguiéndonos y en que no podemos decidir. Filosóficamente hablando, la muerte llega como un ladrón en la noche. O sea, te pilla desprevenido. De hecho, mucho de las enseñanzas de la filosofía griega o estoica hablan de la importancia de tener una biografía que te no te pille desprevenido ante la muerte.
¿Y qué significa eso?
-Que es importante tener decidido cómo quieres vivir para que cuando llegue la muerte no haya deseo incompleto, promesas no realizadas. Pero hay una diferencia entre la muerte como un proceso natural -que te llega no más- y lo que nos pasa con una pandemia.
¿Cuál?
-Si, por ejemplo, tienes Covid-19 y una enfermedad crónica que dificulte un buen pronóstico, tú puedes dejar escrito que no quieres que se te conecte a un ventilador mecánico. Y eso tiene que ser respetado. La pandemia no te obliga a hacer tratamientos si no quieres.
Un poco lo que planteaba el periodista Abraham Santibáñez, quien dijo en una carta que si él contraía el virus no quiere ventilador. ¿Se puede? ¿Qué dice la ética médica?
-Es un buen debate. Se pone en discusión algo que se conversa muy poco en Chile y que son los límites de la autonomía de las personas en relación a los tratamientos médicos. Había una tradición en la medicina donde los médicos decidían cuál era el mejor tratamiento y las personas acataban. Desde los años 70 en adelante, las personas podemos ir en contra de una voluntad médica. En términos concretos, ningún médico podría obligarnos a hacer tratamientos que no queremos. Y eso es muy bueno porque significa que uno es visto como un adulto, soberano, dueño de sí mismo.
Pero hoy vemos que hay decisiones complejas en manos médicas: decidir a quién salvar y a quién dejar morir…
-Ése es uno de los aspectos más críticos de la pandemia a nivel de ética medica. El problema es serio porque a los médicos les va a tocar -ojalá que no- tomar esa decisión y es urgente tener una guía ética en decisiones tan difíciles. Es muy complejo saber cuáles van a ser las razones por las que los médicos van a priorizar a un paciente por sobre otro. Lo importante es que esos criterios sean transparentes y resguardar que nadie sea excluido por su edad, su género, su etnia.
En momentos así, ¿se puede hablar de una muerte digna?
-Es muy complejo. ¿Qué es la muerte digna para ti o para mí? Dar la pelea hasta el final o permitir que suceda no más. Hay mucha literatura sobre eso, pero en el caso del Covid-19 podríamos hablar de un morir bien, sin dolor, quizá acompañado. Evidentemente que esta pandemia lo pone todo bastante difícil. La despedida con los familiares es una cuestión bastante compleja. Yo creo que aquí los ritos también tienen que poder modificarse.
¿De qué manera?
-La salud pública tiene que ser el interés mayor. Los ritos son cosas particulares. Por ejemplo, hasta hace poco veíamos personas que seguían haciendo misas en plena pandemia. Es cuestionable que por el credo de unos pocos pueden ser dañados muchos. No es aceptable.
Pero despedir a tus muertos es como un derecho esencial, ¿no? El rito de enterrar, de despedir…
-Lo fundamental es cómo se vive el duelo y las despedidas. Porque el duelo tiene una función psicológica de que realmente aceptamos la pérdida y nos despedimos del otro. Yo creo que el hecho de que se ponga entre paréntesis la ritualidad tradicional, no significa que no hayan otras formas para poder despedir a los tuyos. La idea de que el ser humano tiene un valor especial después de la muerte, no se pierde con el Covid-19.
Eso ha sido muy doloroso de ver: despedir sin estar presente.
-Lo importante es activar medidas de seguridad. Quizá no tocar a tus muertos, pero sí poder verlos. Quizá generar espacios donde puedas velarlo a cierta distancia. Hay que pensar en este tipo de alternativas, porque lo esencial es darle prioridad a que impere la salud pública. No tiene mucho sentido que no nos estemos comunicando en vida para que en la muerte nos contagiemos. Es un contrasentido. Hay que pensar fórmulas. Y así como ahora la amistad se hace a través pantallas, quizá tendrán que haber formas provisorias para despediros a través de pantallas o con algún tipo de distancia.
Hablas del duelo, pero más allá de la muerte, tendremos que hacer duelos de muchas cosas: la vida que teníamos, la libertad con que vivíamos…
-Tienes razón, pero lo veo más dramático en el cotidiano. Si vuelve la normalidad, ¿cómo nos vamos a relacionar?, ¿con sospecha?, ¿vas a ver al otro como un amigo o como un enemigo? Se nos cambió la forma en la cual existíamos. Y quizá eso hace que esta experiencia sea tan difícil. Es como la muerte de una vida que teníamos.
¿Murió la vida que teníamos…?
-Un poco… No significa que murió la vida entera, pero esa vida segura que creíamos y que ya se nos alteró con el estallido social, ésa sí murió. Pienso que por suerte teníamos lo del estallido…
¿Sí?
-Sí, porque la incertidumbre ya estaba. Teníamos más claridad respecto a la vulnerabilidad en que vivíamos. Estamos en otro pie para enfrentar esta pandemia. Yo quisiera pensar que esto puede tener consecuencias colectivas más que a nivel individual. Podríamos hacer que nuestros gobiernos, los políticos, se hagan cargo de la protección social, por ejemplo. Hay personas que no le temen tanto a la muerte. Le temen más a no tener trabajo, a no poder pagar su casa. Yo creo que ése es el mayor temor que siente la mayoría de los chilenos en este momento .
¿No es tanto morirse sino que la carencia económica?
-Se podría decir que temerle a la muerte se está haciendo incluso sofisticado. Es un lujo que no todos nos podemos dar. Pueden los que tienen un sueldo, los que pueden tele trabajar, los que tienen sustento cada día. Honestamente, pienso que lo que se esta viviendo más dramáticamente en Chile, a diferencia de países europeos, es la vulnerabilidad del sustento básico que mantiene la existencia.
O sea, ¿la reflexión sobre la muerte vendría siendo como un lujo?
-En el escenario de esta pandemia, creo que sí. Hay temor a la muerte y miedo a enfermarse, pero yo creo que ese temor pasa a ser, incluso, como un privilegio de algunos pocos. El que tiene la deuda, el que perdió el empleo, siente que tiene que salir adelante no más. Darse el espacio de filosofar no es un espacio que uno pueda darse en la miseria, hay que decirlo.
Pero eso no quiere decir que el ser humano le tengo más miedo al hambre que a la muerte, ¿o sí?
-Creo que esto muestra lo complejos que somos. Por un lado, tenemos que comer, tener ciertas necesidades materiales cubiertas. Se representa el sustento, el hogar. Pero también nos anticipamos a la muerte, pensamos en un futuro, nos proyectamos, retrocedemos. O sea, tenemos toda esa necesidad racional. Aquí se muestran las dos cosas: el temor a la muerte y el temor a no tener sustento. En el fondo, la pandemia pone el tema de la muerte en la palestra, pero nos obliga a hacernos muchísimas otras preguntas.
De los muchos temas que pone este virus, ¿qué es lo que más te preocupa?
-Me pregunto mucho cómo serán los afectos, el uso del cuerpo, las relaciones en los espacios públicos. ¿Cómo va a ser esa vuelta? ¿Vamos a temerle a los otros? La humanidad consiste en apoyarnos, en relacionarnos y me preocupa que se empiece a estigmatizar al otro. Que ciertas personas -por vivir en lugares más pobres y más hacinados- sean discriminadas y se pueda crear una nueva forma de marginalidad. No sería raro porque nuestro país que es sumamente clasista.
Desde una mirada filosófica, ¿estás más preocupada de la vida que de la muerte?
-¡Por supuesto! Pensar en la muerte permite reactivar la vida. La muerte llega, cerramos los ojos y listo. Sufren los que están vivos. Pero la preocupación, la incertidumbre la tenemos en la vida. No te hablo de la vida como un hecho biológico, sino en pensar la vida como algo que yo decido, quiero y anhelo. Creo que fue en China que después de meses encerrados, aparecieron cifras de divorcio. Me parece muy decidor. Pienso que muchos vieron que la vida que tenían no era la que querían. Estas experiencias de crisis también permiten hacernos cargo de la vida que queremos.
Publicado el 14 de mayo de 2020.