Fuente: Revista Small Medium Large (SML)
¿Cómo imaginas los dos segundos después de la muerte?
No hay dos segundos después de la muerte.
¿Nada?
Uno de los conocimientos más claros de la muerte —o, al menos, lo que dicen los filósofos — es que el fin del sujeto es la muerte.
Ni un flashazo, un espasmo de memoria…
Cuando llega la muerte no estoy, no hay ni uno ni dos segundos. En ese momento lo que nos componía como sujetos con identidad, con autopercepción, con el “yo estoy aquí”, desaparece.
Blackout señoras y señores.
Diana Aurenque Stephan sabe que la muerte es un momento pospuesto hasta que llega, un tabú, un futuro ojalá lejano. Pese a eso, tal como los infectólogos coquetean en el borde de la cornisa con los virus, ella se sumerge en ese sueño que no dura ni siquiera dos segundos.
Es doctora en filosofía, pero no médica. En rigor, deambula entre ambos caminos: filosofía de la medicina es su disciplina. Tiene 39 años. La biografía describe padres profesores, Liceo 1, promedio 6,2 de egreso de cuarto medio, la carrera de Filosofía en la Universidad de Santiago y un salto kilométrico a Alemania. Tiene tatuajes y viste una polera con la imagen de Arthur Schopenhauer, filósofo alemán, uno de los más brillantes del siglo XIX. Hoy es académica del Departamento de Filosofía y Vicedecana de Investigación y Postgrado de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago.
Me provoca admiración y curiosidad la gente que aprende alemán ya grande.
Me inscribí acá en cursos en el Goethe. Mi alemán era precario, pero quería aprenderlo y poseo algo de talento para los idiomas. Me fui. Y aprendí. Si no, entendería de manera parcial a Heidegger o a Nietzsche y nunca podría conocerlos en profundidad. Los cursos de acá me sirvieron para decir “hola, mi nombre es”.
“En Alemania, a los pocos meses ascendí a nivel intermedio. Me inscribí en una escuela pública superior –Volkhochschule–, una forma económica de aprender el idioma. Luego ingresé de oyente a la universidad y tomé todos los cursos de filosofía habidos y por haber”, cuenta.
¿Dónde vivías?
Durante diez años viví en varias ciudades, pero principalmente en Stuttgart, una ciudad muy rica, donde están la matriz de Porsche y de Mercedes Benz. Cuando terminé el doctorado en Friburgo, mi idea era volver a Chile, pero mi pareja de ese entonces –un alemán– me pidió tiempo porque tenía un trabajo muy bueno y yo tampoco quería regresar para ser cesante. Igual postulé a un trabajo. En Chile no me fue bien y en Alemania conseguí uno que me cambió la vida. Fue como profesora en la Universidad de Tubinga, en la Facultad de Medicina, para impartir clases de Ética Médica y Filosofía de la Medicina. Entré en un mundo que amo profundamente.
La filosofía de la medicina te abre la puerta a los temas a los cuales hoy te dedicas: muerte, vejez, dolor, cuerpo.
Exacto. Hay una continuidad, porque el doctorado tiene que ver con Heidegger y su pensamiento ético, que es bien particular: no sentencia qué es lo bueno ni qué es lo que debemos hacer. Pero sí nos permite entender cómo, como seres humanos, nos apropiamos de nosotros para tener una vida más auténtica. Es la ética de asumir la propia existencia y la responsabilidad de ella. El desafío de mi trabajo es “pensemos la ética, pero a partir de los problemas de la medicina contemporánea”. Eso me parece fascinante.
¿Es una rama reciente?
La filosofía de la medicina se instaura como disciplina a fines de los setenta. Pero sus preguntas –¿qué es salud?, ¿qué es enfermedad?, ¿qué es normalidad?, ¿por qué normalizar los cuerpos?– acompañan al origen de la medicina y son también interrogantes que la filosofía, desde sus orígenes, se planteó infinitas veces. Antes los filósofos también eran médicos, se hacían llamar filósofos de la naturaleza, porque mirándola deducían que existían causas u ordenamientos que tenían algún tipo de explicación. Cómo funciona el cuerpo es una pregunta médica y filosófica a la vez.
¿Pensaste estudiar medicina?
Pensé en hacerlo para poder realmente sentir en propiedad que conozco la disciplina, pero uno no puede hacer todo. No lo pensé para obtener el título, sino más bien me interesaba entender cómo funciona realmente la fisiología del cuerpo.
LA NUEVA MUERTE
¿Qué es el cuerpo?
Los médicos, a veces, cometen el error de comparar el cuerpo con una máquina. Es una idea que pese a ser muy rebatida en el siglo XXI, todavía está en el inconsciente de ellos y de muchos pacientes que cuando van a una consulta dicen “tengo un problema, arrégleme”, como si fueran un automóvil. El conocimiento contemporáneo postula que, así como no existe una pastilla o un tratamiento para todo, tampoco existe un cuerpo, una salud singular y absoluta para todos. Por lo tanto, no es algo que se pueda simplemente reparar.
Volvamos a los dos segundos después de la muerte: tras la muerte el cuerpo sigue con sus procesos biológicos.
El cuerpo sigue, pero lo que nos caracteriza como seres humanos es que somos un cuerpo, pero ese cuerpo no solo es en lo que estamos montados, sino que es una unidad que nos permite ser. O sea, nos permite percibir y formar parte del mundo y, al mismo tiempo, ser conscientes de nosotros mismos. En el momento de la muerte esa conciencia se apaga, tal como la identidad y la personalidad.
Hablemos de la muerte cerebral. Cuerpo vivo, cerebro apagado ¿Qué ocurre ahí?
Un caso emblemático de la medicina, muy complejo, es la muerte cerebral ¿Qué significa? Qué tu paciente es una persona con un daño cerebral irreparable e irreversible y que mediante un mecanismo de ventilación artificial mantienes su cuerpo con vida. ¿Por qué? Porque puedes. La medicina se ha hecho de técnicas que son maravillosas, pero que generan nuevos estados. Observas, por ejemplo, a personas en que el pecho se les levanta, se les baja, se ven cálidas, rosaditas; no percibes imágenes típicas de la muerte: frío, rigidez. Se ven vivos. Por eso, para muchos profesionales de la salud, es muy difícil desconectar el ventilador, porque sienten que los están matando.
Aunque esa persona haya decidido a priori que no quiere vivir en esas condiciones.
En el caso de la muerte cerebral no hay decisión: es muerte. No estamos hablando de un paciente que tenga un mal pronóstico y que estableció en una directriz a priori que no quiere vivir bajo estas condiciones. No. Aquí hablamos de alguien que está diagnosticado por lo que las prácticas médicas establecen: “esto es muerte cerebral”. Por lo tanto, hay autorización para desconectar, porque el paciente está muerto, pero la sensación o la apariencia es que está vivo y eso es lo que les choca a muchas personas.
El cuerpo engaña…
Sabemos que luego del entierro, por ejemplo, las uñas siguen creciendo, hay procesos celulares que continúan. Pero perdemos la identidad, no está eso que conocemos como la conciencia. La persona se fue. Lo que hace que seamos personas con identidad, historia propia, conciencia y responsabilidad, se apaga.
Según la filosofía de la medicina, ¿qué rol tienen los familiares cuando deben tomar ese tipo de decisiones? Muchos creen y se aferran a milagros y piensan “mejor dejarlo ahí, por si acaso”.
Está mi cuerpo, pero yo no estoy, no siento tampoco y no voy a volver estar. Existe evidencia de que el cerebro con niveles de daño tan permanentes nunca podrá recuperarse. Es un hecho de la ciencia. Pero bueno, Chile se caracteriza por ser un país que no le hace mucho caso a la ciencia. Si los médicos les preguntan a las familias qué quieren hacer, es un pésimo dilema: lo que tienen que preguntarles es qué quería la persona. Pero entiendo que es difícil porque los familiares están muy afectados.
La persona está ahí postrada, no habla, no puede ejercer su voluntad.
La tarea médica es decirles a los familiares: “independiente de lo que ustedes quieren, ¿qué le hubiera gustado? ¿qué quería él o ella?”. Es ese el deseo que vale.
Y si los familiares dicen “que siga conectado”, ¿hay que dejarlo conectado?
O sea, en el caso de la muerte cerebral no, porque ese es un criterio objetivo.
¿Alargar la vida de los cuerpos mediante la ciencia es una nueva materia para la filosofía de la medicina?
Es uno de los temas más importantes, no solo de la filosofía de la medicina, sino también de la bioética, de la ética médica. Es una muerte nueva. A partir de 1968 esto se instala como concepto.
¿“Una muerte nueva”?
Claro, porque antes de que tuviéramos las tecnologías de soporte vital como la respiración artificial…
La gente moría.
Exacto. El corazón se detenía. Con la aparición de los ventiladores mecánicos fue posible que se mantuviera la circulación y la irrigación de la sangre en el cuerpo.
¿Y cuándo fue eso?
La definición de “muerte cerebral” es de la Universidad de Harvard, de fines de los 60.
O sea, ayer.
Claro. Pero en paralelo surge la medicina de los trasplantes. Te menciono un dato: la muerte cerebral legalmente permitió desconectar y eso tuvo un efecto positivo: aportó a la donación de órganos en buen estado. Son contemporáneas. Lo negativo es que provocó –y provoca– muchas dudas: “los matan para sacarle los órganos”.
Dos días después de esta entrevista, me topé con un obituario de Christiaan Barnard, el cirujano sudafricano que realizó en 1967 el primer trasplante de corazón (The Economist: 100 obituarios. Editorial Laurel). El texto relata que Barnard corrió con ventaja precisamente porque la ética médica que imperaba en Estados Unidos a mediados de la década de los sesenta era contraria “a la idea de usar el corazón de una persona con muerte cerebral, incluso si estaba funcionando artificialmente”. Pero en Sudáfrica no existían esas restricciones. Por eso Barnard pudo extraer el corazón de una joven para reemplazar el de un comerciante de 55 años, dando un paso gigante en el debate sobre cómo la muerte cerebral tendría un efecto co- lateral: la donación de órganos. Otro dato que aporta el texto: en Japón no hubo trasplantes de corazón durante 31 años, “después de que un cirujano fuese acusado de asesinato en 1968”. Le extrajo el corazón a un paciente argumentando una falsa muerte cerebral.
VIDA ETERNA
¿Cambió la noción sobre la muerte a raíz de la secularización, de la crisis de la religión?
Desde el siglo XIX existen menos personas que creen que después de la muerte tendremos dos segundos, como me preguntabas, o que hay una vida eterna. Muchos lo creen, y está bien, pero también muchos creen que no y hasta el momento no hay evidencia alguna que nos dé razones para creer en la vida eterna. Pero curiosamente esto provocó que la muerte se volviera un tabú gigantesco: nadie quiere hablar de ella, ni pensarla. Nadie quiere pensar en la propia muerte ni la de los demás. En las reuniones familiares, cuando papás o abuelos dicen “cuando yo me muera”, todos se quejan: “ya no hable leseras”, se escucha. Antes existía esa compensación algo narcótica de la religión: era como un shot de morfina.
Tengo una duda con las depresiones. Estas se entienden, o se padecen, como tristeza, desolación, melancolía, todos sentimientos que parecen provenir de “el alma”, por llamarlo de alguna forma. Pero vas al psiquiatra y este te dice que estás descompensado por una mala combinación de sustancias químicas. Lo que parece un problema existencial al final queda reducido a lo químico.
Hay que distinguir entre diversas afecciones. La psicología y la psiquiatría ofrecen tratamientos distintos para casos igualmente diferentes en personas con necesidades específicas. Por ejemplo, existen problemas psiquiátricos que necesitan fármacos, como la esquizofrenia. Ahí existe evidencia de que hay asuntos a nivel bioquímico que necesitan compensación. Pero una depresión es un fenómeno complejo que puede tener un origen multifactorial: bioquímico, bio- gráfico, cultural. Y puede no solo ser tratada con medicamentos, sino también con psicoterapia, es decir, con sesiones de conversaciones y apoyo profesional. Producto de la pandemia, sabemos que el número de trastornos en salud mental aumentó, pero no todos necesitan fármacos. Aquí hay que ser claros: cuando la sintomática es muy complicada y urgente, afectando la calidad de vida de las personas, es comprensible recurrir a narcóticos que permitan pausar situaciones críticas. Pero en una serie de afecciones, será el tiempo y el tratamiento de las causas lo que puede realmente mejorar o, si no es posible curar, al menos aprender a vivir con los padecimientos que se tengan.
Pongo el tema por esta dualidad de cuerpo y alma que se da tanto a la hora de hablar de la salud, de la muerte, del dolor.
Platón instala la idea de que el cuerpo y el alma son cosas dis- tintas y que esta última es mucho más valiosa, no en el sentido religioso, sino entendida como las capacidades cognitivas, el entendimiento, la razón, todo lo que no tiene que ver con la materialidad. Según esta línea de pensamiento, el cuerpo valdría menos, porque es como los animales y la naturaleza: es lo que decae. En cambio, la razón se mantiene.
Desde el siglo XIX, y sobre todo en el siglo XX, surge la idea de que no son temas separados, que no somos avatares, sino que algo unificado. El cuerpo tiene una racionalidad y no es una masa gobernada por lo que ordena el cerebro. Hay una relación de corporalidad y racionalidad que no había sido vista. Todo este desprecio hacia el cuerpo y la sobrevaloración de la razón es bastante cuestionable.
Las religiones, ¿influyen en esta idea de alma y cuerpo separados?
Por supuesto. Y toda esta idea de que lo que viene de la naturaleza o de la tierra es el lugar de lo que decae o se degenera, lo que se pervierte, desaparece, la muerte, la enfermedad, todo está en este lado. Y lo que está más allá, en el cielo, es eterno, incólume. Eso es lo que está detrás del mensaje bíblico, ¿no? Y claro, todo lo que tiene que ver con la tierra y la sensibilidad son las pasiones, como la sexualidad.
¿Separar alma y cuerpo es un error?
Por supuesto. Y un error más grave es moralizar las dos dimensiones. Soy muy nietzscheana. Si todos estamos más allá, el más acá no vale nada. Nietzsche dice que los sacerdotes son, por así decirlo, los filósofos de la muerte: lo que más quieren es que dejemos de existir, porque aquí en la tierra todo está absolutamente desvalorizado.
¿VIVIR 120 AÑOS?
¿Quieres vivir 120 años? Yo no.
¿Por qué no quieres vivir 120 años? Depende.
¿Depende de qué?
Me gustaría bajo dos supuestos: si existen buenas razones para esperar que a los 120 años pueda mantener u optimizar mis capacidades cognitivas y físicas actuales, sea de forma natural o por vías técnico-médicas, para desarrollar una vida plena. Eso significa, concretamente, que envejecería como suceso cronológico, pero no como hecho biológico. A este último le tememos porque va asociado con la aparición de una serie de patologías. El segundo supuesto se relaciona con la idea de que el futuro se muestre esperanzador, algo que en la actualidad se vuelve difícil de imaginar debido a una serie de crisis: climática, migratoria, política, etc. Esta última cuestión no solo problematiza el deseo de extender la vida, sino incluso la justificación de traer hijos e hijas al mundo.
Yo no quiero vivir 120 años, porque creo que lo pasaré mal por el cuerpo en decadencia, los dolores, los pesares, la mala cabeza, la demencia, todas palabras que son de terror.
Absolutamente.
Es como una muerte en vida.
De acuerdo. Antes “vivir bien” era “vivir mucho”. Era una vida bendita por Dios, independiente de las condiciones en las que llegaras a viejo. Los que creen en eso son reacios a aceptar la eutanasia y el suicidio asistido: así no puedes determinar cómo morir, eso depende de Dios. Hoy la visión cambió: no solo queremos vivir, sino que además vivir bien. Asociamos la “buena vida” con independencia, con que no exista dolor ni sufrimiento y, sobre todo, con mantener la identidad: saber quién soy, reconocer al otro.
¿La biología acompaña?
La vejez tiene algo preocupante: el envejecimiento biológico. Y eso no tiene que ver solo con la edad. Una persona de 60 años que respira el aire de Santiago y otra con los mismos 60 años que respira el de la Amazonía probablemente tienen un envejecimiento biológico muy distinto.
Como Maradona: tenía 60 años, pero residía en un cuerpo de 100.
Exacto. Como envejecen las personas depende de contextos sociales, genéticos y culturales. También es cierto que en la medida que envejecemos biológicamente empiezan a fallar mecanismos de reparación del cuerpo y se asoman las enfermedades. Envejecer es abrir la puerta a distintas patologías. Es muy difícil disociar vejez de enfermedad.
¿Y la ciencia puede detener esa vejez dolorosa? ¿O por lo menos atenuarla?
-En mí y en ti hay procesos biológicos de envejecimiento que ya están corriendo. Esos procesos quizá en el futuro se puedan detener o ralentizar. En eso está la ciencia hoy. Existe conocimiento acumulado e importantes científicos chilenos trabajan en la materia. Comparten una noción: de aquí a 10 o 20 años podremos detener ese envejecimiento.
¿Eso significa detenerlo no a los 60 años, sino actuar mucho antes?
Significa detenerlo a tiempo para evitar un montón de enfermedades. Se abre la posibilidad de que las nuevas generaciones que tengan acceso a esa medicina puedan envejecer en mejores condiciones. Vivirán más, sí, eso está claro, pero también mejor, lo que hoy no ocurre.
¿Vamos camino al súper anciano?
No, no, eso es muy apresurado. La gerociencia está en condiciones de manipular o evitar apariciones de enfermedades. Pero hay un sinfín de otras materias que tienen que ver con cómo envejecemos. Por ejemplo, las pensiones, el medio ambiente, la vivienda, que me hacen dudar sobre el supuesto “súper anciano”. Para tratar la vejez de una manera apropiada se necesita un enfoque integral, que considere no solo los aspectos biológicos y médicos, sino también los laborales, económicos, políticos.
¿La vejez es triste?
Estudio la vejez porque es un tema que me preocupa y me aflige. Voy envejeciendo y no me enfrento a problemas por ahora, pero veo a personas que quiero mucho, como mis padres, y percibo cómo con el tiempo efectivamente surgen dolores, el cuerpo se manifiesta de una manera muy insistente y violenta. Hago filosofía al respecto porque es algo que me conflictúa y necesito explicación. Existía una visión apologética de la vejez: el sabio, el mayor, el filósofo, el que está controlado, o sea, está fuera del cuerpo y las pasiones de la tierra.
Una apología de la vejez
Claro. Súper idealizada. Pero luego surge otra visión. Aristóteles decía que los viejos eran tacaños, malhumorados, gruñones; pero esas son cosas del carácter. Ahora vemos lo complejo de la vejez. Lo que sigue a ser viejo es la muerte; es muy distinto a la niñez. A veces las personas comparan la niñez con la vejez —que uno vuelve a ser niño —, y eso me parece muy irrespetuoso, porque el niño es alguien que está en potencia. Ver al anciano como niño significa que todo aquello que valoramos con la dignidad humana, la capacidad de decidir autónomamente, se pierde. ¿Qué quiero decir con esto? La vejez es compleja porque no proyecta algo mejor y además porque es el momento que, hasta donde sabemos, es el caldo de cultivo para las enfermedades.
Eso es objetivo.
Eso es objetivo. Pero fuera del tema de las enfermedades y cómo a veces nos pueden gobernar, otra cosa es cómo uno experimenta esta etapa. Y puede ser muy plena si no hay ciertos dolores importantes y en la medida que, por ejemplo, he pensado en la vejez y mi muerte durante toda mi vida. Es decir, cuando llego a viejo o vieja y miro hacia atrás y digo qué tal mi vida, reflexiono sobre las mochilas que traigo y los problemas que acarreo. Lo terrible es cuando uno mira para atrás y piensa: “esto que hice no es lo que quería, no es lo que a mí me gusta y no tengo tres días más para cambiar eso”. Creo que la vejez no tiene por qué ser completamente terrible. Además, hay formas de envejecimiento saludable, las personas se están cuidando más, están previniendo. Estoy esperanzada en las posibilidades de la ciencia en unos años más.
¿Hay esperanzas?
Creo que hay una forma de encontrar plenitud en la vejez. Reside en la pregunta por el tiempo y cómo decido cada una de mis acciones para poder llegar hasta vieja y mirar atrás y sentir esa sensación de “estoy plena”.
¿Qué diferencia hay entre un Alzheimer severo y la muerte cerebral? ¿El Alzheimer avanzado también te quita la tuición sobre tus acciones o no?
El Alzheimer es una forma de demencia y la demencia tiene distintos estadios. En el primer estadio uno nota problemas cognitivos, por ejemplo, el olvido. El segundo es más grave y en el tercero la persona puede incluso olvidarse de comer. Pero por más que sea así, no hay pérdida absoluta de la conciencia ni de la identidad histórica, de quién soy yo, de quién es el otro. No soy una piedra, no se ha extinguido todo lo que soy. Entonces no es para declararlo muerte cerebral. La muerte cerebral hay que imaginarla como un cuerpo donde adentro hay una piedra, y todo lo que compone mi yo, incluso la capacidad de sentir dolor, está absolutamente muerta. Hace algunos días vi el video de una bailarina que padecía Alzheimer y a la que le ponían la música del ballet que ella bailaba en el pasado y se notaba cómo movía los brazos.
¿Cuál es la diferencia entre eutanasia y suicidio asistido?
El suicidio asistido es cuando el médico asiste el suicidio de una persona, por ejemplo, preparando la dosis mortífera, pero el paciente se la autoadministra. En el caso de la eutanasia, el médico ejecuta directamente la acción. En los dos casos, por supuesto, se debe contar con el consentimiento del paciente.
Leí en una entrevista que te hicieron que mencionabas esta frase: “la muerte llega como un ladrón en la noche”.
Esa frase la cita Heidegger, que la toma de Lutero, quien dice que “la muerte llega como un ladrón en la noche”, porque es inesperada.
¿La eutanasia es como dejarle la puerta abierta al ladrón?
Exacto. Es tomar la determinación. Si uno no quiere llegar a vivir hasta los 150 años, porque la calidad de vida no es la que uno espera, debería poder decidir morir. Hablo de casos justificados: enfermedades terminales e irreversibles, por ejemplo.
¿Y en el caso de depresiones severas?
Ese es un tema crítico. Hay personas que tienen depresión y que quieren morir, entonces es legítimo no dejarlas morir. Hubo un caso polémico, creo que en Holanda. Una niña, que padecía depresión llevaba años pidiendo eutanasia. Ella cargaba con un historial de abusos y sufrimientos y quería morir, pero el Estado se lo prohibía. Finalmente buscaron una alternativa: que muriera de hambre.
¿Y por qué no se suicidaba?
Suicidarse no es un acto fácil. Ella quería que la asistiera en su muerte, que fuese una muerte sin dolor. ¿Por qué me tengo que cortar las venas o lanzarme al Metro?
¿Cuál es tu posición frente a la eutanasia en caso de enfermedades mentales?
La eutanasia es una opción extrema ante pronósticos de recuperación irreversibles e inmejorables. La persona afectada de una enfermedad terminal decide, informada y libremente, adelantar la llegada de la muerte para acortar así su sufrimiento Se trata de ver en la muerte una salida autodeterminada para acabar con una vida que, a los ojos de el o la afectada, dejó de ser valiosa.
Pero lo central es que quien decide este camino no es una persona depresiva, sino alguien que en pleno uso de sus facultades requiere asistencia para morir. Por eso, la mayoría de los países que permiten la eutanasia o el suicidio asistido, como Holanda, Suiza o Bélgica, dejan fuera a personas que sufren de depresión. Y esto tiene sentido: la depresión nubla el juicio; además, puede tratarse y curarse, desapareciendo así la ideación suicida. Pero sí es cierto que hay casos de personas que han recibido tratamientos contra la depresión por años, incluso décadas, sin mejoras, y que finalmente cometen suicidio de maneras muy dramáticas. La eutanasia quizás no es la opción para ellas, pero sigue siendo una pregunta incontestada en la ética médica de qué hacer en esos casos.
Antes las personas morían a los 50 o 60 años, todo era más corto. Hoy, cuando hablamos de 120 años, sumados a las malas condiciones de la vejez, ¿no te lleva a pensar que más gente considere la eutanasia como una opción no necesariamente para enfermedad extremas?
La eutanasia no es para que cualquier persona que quiera morir concurra a una especie de centro de exterminio.
No hago un juicio de valor, pero ¿por qué no pensar en que en el futuro la eutanasia deje de aplicarse solo en situaciones excepcionales?
Porque la eutanasia pone en cuestión uno de los mandamientos más antiguos: no hacer daño a otro. Si tú matas a otro, normalmente te vas preso, ¿no?
Claro, pero si ese otro te pide que lo maten.
No importa, vas preso igual.
Para ti, ¿es una cuestión legal o una cuestión moral?
Hay dos razones por las cuales la eutanasia es problemática. Una, existe el principio de que uno tiene la libertad de hacer lo que quiera mientras no dañe a terceros y el daño mayor que yo le puedo hacer a un tercero es matarlo. Es un planteamiento ético que tiene un fuerte asidero en todas las jurisdicciones. Cada vez que mato, voy preso. La otra razón es porque contradice el ethos médico tradicional, en el código Hipocrático: tú no debes dañar.
Matar suena fuerte. Pero ayudar a morir…
¿Cuál es el juramento médico? Promover la salud, mantener la calidad de vida, evitar la enfermedad y luchar contra la muerte. Sin embargo, los médicos han tenido que entender que en algún momento también tienen que permitir morir e incluso ayudar a morir porque el pronóstico y la calidad de vida son pésima; entonces mantener la vida a toda costa no es legítimo. Hay pacientes que dicen: “no quiero más, ¿sabe qué? Déjeme”. Y eso para los médicos es complejo, porque sienten que perderán a un paciente. Pero luego eso se acepta. Pero es muy distinto eso a decir “el médico como tarea tiene la labor de causar la muerte”.
¿En qué casos ejercerías tu derecho a pedir eutanasia?
Aún no podemos hablar de un derecho. Recién ahora se retomó la discusión parlamentaria en torno a la eutanasia. La Cámara de Diputados aprobó el proyecto de ley –defendido en gran parte por liberales como Vlado Mirosevic- sobre la “Muerte digna y cuidados paliativos”, que busca permitir a una persona que, cumpliendo ciertas condiciones estrictamente establecidas en la ley, decida y solicite asistencia médica para morir. Pienso que es fundamental que contemos con esta posibilidad en causales como las que esgrimía el proyecto. Una idea central es que, en condiciones de sufrimiento extremo, producto de una enfermedad terminal, una persona tenga la opción de adelantar su muerte en las mejores condiciones médicas. Si yo vivo una situación como esa, donde siento que genuinamente mi vida ha dejado objetivamente de ser un valor, y se me presenta subjetivamente más como una carga, desearía poder contar con el apoyo asistencial necesario para tener una muerte lo más serena posible. Nadie debería estar obligado a vivir en condiciones que objetiva y subjetivamente se perciben como intolerables e inmejorables.
¿Cómo te gustaría morir?
Cuando uno ama la vida es difícil darle espacio a la muerte. Pero para mi lo peor de la muerte es la muerte del otro, de los otros que amo. Pienso que me importaría menos morir si no supiera que mi muerte dañaría profundamente a quienes quiero. De modo inverso, y desde una suerte de autoprotección, uno debería querer morir antes para no sufrir la pérdida de los demás. Pero morir antes sería bien egoísta. Por eso preferiría morir después. Después de que mis personas amadas me hayan dejado y quizás esa pena que se iría acumulando me permitiría ver en la muerte un descanso. Además, por cierto, ojalá morir rápido, sin dolor y, sobre todo, sin grandes temas pendientes.