Fuente: The Clinic
El campo de trabajo de Valentina Bulo es la filosofía. Durante 20 años su tema de interés ha sido el cuerpo y los sentimientos. Tópicos intrincados desde siempre, pero que hoy, en medio de la pandemia, están más convulsionados. Es académica del Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago y trabaja en el Instituto de Estudios Avanzados de la USACH: ahí se dedica a investigar y hacer clases posgrado y doctorado, donde también aborda en extenso un concepto difícil y excitante: el placer.
Tanto se involucró, que a principios de este año lanzó un libro llamado “Sobre el placer”, donde complejiza esta idea, ahonda en distintas miradas, desarrolla algunas de sus raíces históricas y reflexiona. Pero, ¿cómo se transforma el placer en un periodo de confinamiento? ¿Se limita? ¿Se expande? ¿Se atrofia?
¿De qué hablamos cuando hablamos de placer?
En primer lugar, hablamos de algo que es a la vez un sentimiento y una sensación porque, y ésa es la tesis que yo trabajo en el libro, todo sentimiento es corporal. Siempre la historia del pensamiento nos hizo distinguir entre el pensamiento y el sentimiento. Nos dicen “piense con la cabeza” y no pues, si trabajan juntos. Cuando uno tiene miedo -y por el contexto ahora es súper claro- hay una lógica paranoica que actúa y que es muy inteligente. Entonces, los sentimientos por una parte tienen cuerpo y por otra parte son inteligentes; lo primero que hay que hacer es situar al placer dentro de ese rango.
¿Cómo se identifica el placer respecto a los otros sentimientos?
Lo primero que puede preguntarse es cuál es el sentimiento opuesto, eso yo me lo pregunté un montón, porque uno en lo primero que piensa es en el dolor. Y claro, puede ser dolor; de hecho, hay muchos filósofos que definen el placer solamente como la falta de dolor. Imagínate, una definición muy elemental, muy pequeña y muy linda también, sobre todo si la aplicas a estos tiempos de pandemia. Yo me he aferrado a esos placeres pequeños, porque no tenemos más.
Y si el opuesto no es el dolor, ¿qué es?
Para mí es el miedo, porque el miedo imposibilita el placer. Obviamente hay gente a la que le gusta la adrenalina y siente placer con eso, pero cuando te invade el miedo, se acabó todo. El miedo te saca del aquí y ahora. El placer, quizás como definición y respondiendo lo anterior, para mí es una capacidad de agarrar el espacio en el que estoy, agarrar el aquí. Normalmente dicen carpe diem, agarrar el presente, pero más que tiempo es agarrar el espacio, por eso implica al cuerpo también. Cuando está el miedo instalado nos adelantamos, nos vamos al futuro. Por eso ahora es tan difícil ponerle límites al miedo.
La ansiedad sobre el futuro, qué va a pasar con nosotros cuando todo esto se acabe, si es que se acaba
Exacto, eso aniquila cualquier posibilidad de agarrarte a este minuto. Si yo soy capaz de agarrarme a esta taza de café y tomarlo, eso es placer. Para mí, una de las características tiene que ver con la capacidad de estar. O para tomar palabras de Zubiri, tiene que ver con la capacidad de estar en el estar.
No dejo de pensar que tal vez el placer se ve limitado porque el espacio también se limitó. ¿Se altera el placer en una circunstancia como ésta?
Más que el encierro, lo grave es todo lo que está pasando. El contexto es algo que te pesa, te aplasta. En muchos casos el encierro debe generar desesperación en personas, pero lo más dañino, creo yo, es la falta del contacto con un otro.
¿Qué pasa cuando se limita el contacto con otras personas?
El placer es cuerpo siempre. Incluso un monje tibetano aislado que está meditando, está realizando una acción completamente corporal. O aunque sólo disfrutes un paisaje, esa experiencia siempre implica cuerpo. Entonces, lo que hicieron acá y puede que suene súper grave, pero nos amputaron el mundo. Hay filosofía a la que yo me he aferrado por sobrevivencia en esta época como la de Epicuro, que habla que podemos encontrar infinitos placeres en lo mínimo. Que aunque puedes estar encerrado en un lugar de pocos metros, aún así puedes lograr encontrar matices de placer en cosas muy pequeñas.
Claro, tomar sol algunos minutos al día, tomarse un té al lado de la ventana, un buen descubrimiento musical… Ya no pensamos en grandes viajes, resistimos a puras pequeñas satisfacciones cotidianas.
Estos placeres que describes pueden ser igual de intensos que cualquier otro. Por eso defiendo a Epicuro ahora y también a Cortázar cuando en “La vuelta al día en ochenta mundos” decía: “y saldremos por la mañana cruzando la calle a la aventura máxima de comprar el diario”. Yo creo que eso tiene que ver con poder encontrar la máxima intensidad en las acciones aunque sean mínimas. De repente uno viaja, por ejemplo, y no la está pasando tan bien y eso es porque uno no es capaz de agarrar el espacio donde está. De repente uno dice “oh, para mí el máximo de placer sería caminar por la playa y estar con la persona amada” y de repente se está en esa situación, y si no tenemos la capacidad de tomarla, no la disfrutamos.
¿Cuánto tiene que ver el modelo económico en el placer y el disfrute?
Por una parte se piensa que este modelo de consumo es súper hedonista, pero yo te diría que es todo lo contrario. Estamos súper atrofiados de placer como sociedad en general. Es una sociedad donde la explotación a las personas es gracias a que somos atrofiados de placer. Se ocupa la misma energía: se transforma la líbido en trabajo.
¿En qué se traduce que nos hayan atrofiado el placer?
O sea, si yo tengo el placer atrofiado empiezo a ponerme rígida y empiezo a generar una coraza, eso significa por ejemplo para Wilhelm Reich. Cuando uno se pone tieso, cuando uno tiene esa rigidez, en el fondo la única posibilidad de movimiento tiene que ver con las órdenes y el sometimiento. Él tiene un capítulo donde explica el nacionalsocialismo y cómo una sociedad atrofiada busca regímenes autoritarios y dice que es directamente proporcional la atrofia de placer con el sometimiento.
A raíz de lo que dices, no dejo de pensar en cómo estallido de alguna manera rompió un poco esa rigidez que traíamos de generaciones. Con ese hito algo se rompe, no completamente, pero sí empezamos a vernos como un cuerpo colectivo. Salir a la calle todos juntos, encontrar el placer estando en comunidad.
El estallido fue sin lugar a dudas un momento gozoso. Había esta cosa de vivir arrojados, sin miedo, también con una ira acumulada gigantesca. No fue solamente un afecto, fueron todos al mismo tiempo. Efectivamente se rompió esa rigidez y por eso se llamó estallido, porque salió para todos lados sin control y esa sensación fue muy gozosa.
¿Una experiencia de confinamiento retrae todo eso que habíamos avanzado con el estallido?
Pucha, ésa es la pregunta de todos. Hago un curso que se llama Politizar la Afectividad (el nombre lo debo a Lorena González, antigua estudiante de un curso anterior) y somos como 30 personas. Eso es lo que nos preguntamos todo el rato. No tengo la respuesta. Claro, ahora uno dice “chuta, ¿qué pasa ahora?”. Uno de los sentidos políticos fundamentales del placer tiene que ver con no abandonar “lo mínimo” como dice Epicuro, pero también es pensar el placer como algo colectivo y con una arista en el ámbito de lo utópico. Creo que este modelo capitalista nos enseña que no es posible tener una sociedad en donde disfrutemos, y yo creo que lo que debemos hacer es justamente desear una sociedad más placentera.
¿En qué consiste eso?
Muchos hablan de felicidad, yo le pongo placer, porque es con cuerpo, Charles Fourier, antes de Marx, bosquejó una utopía del placer, un nuevo mundo amoroso en donde la sabiduría, la educación, el trabajo, la agricultura se dedican al placer de las personas y donde no hay oposición entre ocio y trabajo, sino que toda actividad se produce “por la ley de la atracción”.
¿Cómo se construye algo así?
Primero, creo que hay que tomar conciencia de que estamos bastante amputados en términos de tejido social. Aquí hay un daño, no estoy diciendo que haya que salir a la calle, de hecho, hay que quedarse en la casa y cuidarse, y cuidar a los otros, por supuesto, pero como sociedad tenemos que asumir el daño que significa encerrarnos.
¿Cómo se configura ese daño?
Tiene que ver con la colectividad, con la capacidad de hacer política en ese sentido más amplio. O sea, hay gente que sigue haciéndolo cuando organiza ollas comunes, o algunos profesores en sus clases virtuales, pero es muy difícil en este momento que nos sintamos parte de un colectivo.
Hay que saber que esta experiencia de encierro nos va a generar un daño tremendo a todos: para los que estamos encerrados, para los que tienen que salir por trabajo, para los que no tienen trabajo. Nos amputaron el mundo como lo conocíamos y creo que lo principal es no tener unos cuerpos con otros. En términos políticos también hay un daño, no poder salir a protestar a la calle es limitar la capacidad de expresarse colectivamente.
Por un lado nos limitaron el contacto con otros, pero la rabia o los argumentos que generaron esa rabia antes, siguen ahí, presentes.
No me atrevo a hacer pronósticos porque está demasiado incierto todo, pero el daño político que ha hecho el gobierno ha sido gigantesco. Y no se trata de que priorizó la economía respecto a la salud, porque económicamente también lo hizo pésimo.
Claro, muchos economistas dicen que si hubiera cuidado la economía habría sido más conservador a la hora de implementar medidas.
Hay un libro de Marie-Frances Hirigoyen, que se llama Acoso Moral. La psicóloga cuenta cómo son las relaciones de los narcisos perversos y hace una descripción escalofriante de ellos. Yo no voy a hacer una caracterización psicológica de Piñera o Mañalich, pero sí puedo hacerlo del tipo de perfil de gobierno. Lo que observo es que hay un desprecio profundo por la gente, porque no hay un reconocimiento del otro, porque el otro no es otro. Cuando dicen “por qué no se levantan más temprano”, es porque no ven al otro. Para el narciso perverso, por definición, el otro no es otro, y no tiene posibilidad de serlo nunca, es así de grave. Ni siquiera es odio, porque en el odio por lo menos hay otro.
Muchas personas están enfrentando la pandemia solas en sus casas. ¿Somos más propensos a atrofiarnos los que estamos solos?
Es que nos vamos a atrofiar, ya estamos medio atrofiados. Vamos a tener que aprender a caminar de nuevo en lo que respecta al contacto. Ahora, uno puede ver esta circunstancia como una posibilidad de volver a construir relaciones corporales con otros. Yo veo esto como un reseteo, vamos a tener que empezar de nuevo, porque el costo ya está.
¿Y las personas que han debido estar en permanente contacto con otros? Porque claro, el primer mes pudo haber sido placentero, pero luego, cuando hay un imperativo de estar con otro, algo también se resiente, ¿no?
Hay una obra de teatro de Sartre que se llama “A puerta cerrada”, donde el infierno consiste que encierran a cuatro personas para toda la eternidad. En este contexto me he acordado mucho de esa obra. Porque en realidad la peor figura del infierno es esa donde te encierran a puertas cerradas con otro, donde no tienes otra posibilidad de mirarte a ti mismo a no ser por el reflejo que te dan los demás. Hasta para los mejores matrimonios va a ser terriblemente difícil o para las relaciones de padre/madre e hijo. Ni hablar de las relaciones que desde antes eran violentas. Podemos buscar resiliencia, podemos buscar el lado bueno y hay que hacerlo, pero hay que partir asumiendo el daño que esta circunstancia tiene para todos nosotros.
¿Es posible resetear nuestra forma de entender el contacto, los afectos, la manera en la que nos tocamos? ¿Es posible en un contexto así de frágil, impuesto e incómodo?
Hace un tiempo invité a Marie Bardet, una colega y amiga, a hacer una clase sobre el tacto y ella mostró algo que había escrito la artista Alina Ruiz. Es un texto donde contaba experiencias medias esotéricas, donde trataba incluso en estas nuevas condiciones explorar otros tactos, ir más allá de la concepción clásica del tacto, que es tocar con las manos. O sea el tacto es eso, pero no únicamente. Hay otros resquicios táctiles que no tienen que ver con el contacto de un cuerpo con otro en sentido clásico.
¿Cuáles son esos otros tipos de contacto?
Cuando tú ves por Zoom a una persona que quieres y te dan ganas de llorar porque no puedes abrazarla, es como una presencia que no se puede tocar ahí mismo, pero es un tipo de contacto, ¿me explico? Tacto significa afectar a otro. Por ejemplo, la autora se imagina tomando unos alucinógenos y viendo a un otro. Plantea que eso también un tipo de tacto. Es bonito lo que dice porque se mete a explorar otros tipos de contactos en esta pandemia. Ella escribe esto sola en su departamento y tratando, justamente, de meterse en las rendijas de la presencia con otros y el estar con otros, de ampliar el sentido del tacto.
Mas detalles de la entrevista, aquí: bit.ly/3e47AUh
Publicado el 10 de julio de 2020.