Columnas de opinión

27-08-2025

Cuando el discurso no alcanza: una reflexión acerca de la RSU

En nuestra universidad —pública, estatal y compleja— los valores de justicia social, equidad, inclusión y derechos humanos se proclaman con fuerza en documentos institucionales, ceremonias y redes. Pero cuando se trata de traducir esas palabras en acciones concretas como: actividades de responsabilidad social, campañas de sensibilización o procesos de escucha con comunidades vulnerada, la respuesta de parte de los distintos estamentos suele ser la indiferencia, la bajísima participación en las instancias que se ofrecen para la comunidad, o la mayor parte de las veces, la incorporación de estos elementos, como una muestra de “vinculación con el medio” que permite cumplir con estándares de acreditación.

Esta desconexión entre el discurso y la práctica no es simplemente una incoherencia funcional: es una fractura ética. Como advierte Paulo Freire, “decir la palabra verdadera es transformar el mundo”, y esa transformación exige que el compromiso no sea solo retórico, sino encarnado en la práctica educativa cotidiana.

La pedagogía crítica nos recuerda que toda educación es política. No basta con manejar marcos teóricos si estos no se ponen al servicio de una transformación real. Freire insistía en la necesidad de una concientización que permitiera leer el mundo críticamente para actuar sobre él. Bell Hooks lo profundiza cuando plantea que “la educación como práctica de la libertad no puede ocurrir si quienes participan en el proceso no se enfrentan constantemente a las estructuras de dominación”.

La RSU es, o debería ser, una práctica transversal, ética y política que interrogue nuestras formas de enseñar, investigar, gestionar, vincularnos y organizarnos como comunidad universitaria. No hay formación integral posible sin una apertura radical a los saberes, memorias y experiencias que habitan los márgenes.

Sin embargo, la mayor parte de las veces, pareciera que se prefiere teorizar la exclusión antes que confrontarla. Celebrar la resiliencia, pero no sostener las condiciones que la hacen posible. Conmemorar los derechos humanos, antes de incomodarse con su promoción y exigencia.

Durante el primer semestre de este año, por encargo de la Decana Dra. Cristina Moyano y la Directora de la VIME FAHU, Dra. Roxana Orrego, he tenido el privilegio de coordinar una serie de talleres junto a un equipo de profesionales de la VICAVIGED y del Departamento de Vida Saludable de la VRAE. Estos espacios fueron diseñados para transversalizar enfoques de derechos humanos, género e inclusión. La convocatoria, sin embargo, fue dramáticamente baja.

Al enfrentarnos a esta dura realidad, creo que necesitamos repensar nuestras prácticas desde una ética del reconocimiento y la reciprocidad, comprendiendo que los saberes no sólo se construyen desde la perspectiva académica, sino también y fundamentalmente, sobre la base del funcionamiento de la comunidad universitaria, que no es un conjunto de personas aisladas que se encuentran a diario en un Campus único e interdisciplinario, sino la alquimia de un sinfín de diversidades. Lo que está en juego entonces, no es solo la coherencia entre lo que decimos y hacemos, sino también la posibilidad de construir una universidad verdaderamente plural, pública, democrática y comprometida con la transformación social. La RSU no puede reducirse a una función instrumental; debe ser el corazón ético-político de nuestra vida universitaria. Este desafío no es técnico: es político y ético.

Trabajar desde el enfoque de derechos, en consecuencia, implica asumir nuestras contradicciones, revisar nuestros privilegios, y entrar en procesos incómodos pero necesarios de reparación, memoria y transformación. Implica pasar de la sensibilización a la implicación.

Como bien decía Galeano: “culto no es quien lee libros, culto es quien es capaz de escuchar al otr@”. Hoy más que nunca necesitamos una universidad que escuche, que no se resigne a enseñar desde la distancia, sino que aprenda desde el vínculo. Una universidad que enseñe a dudar, que fomente el pensamiento crítico y la construcción colectiva de sentidos, antes que la repetición de certezas impuestas desde lógicas mercantiles.

Porque si el conocimiento no es también una forma de encuentro, de solidaridad y de emancipación, entonces, ¿para qué sirve?

Por Tamara Madariaga Venegas – Encargada de Responsabilidad Social Universitaria (RSU), Facultad de Humanidades

Tamara es psicóloga comunitaria, Diplomada de Educación en Derechos Humanos (INDH), y Experta en Trauma y Abordaje Psicosocial, Diploma Internacional, Círculo de Estudios para la Paz, Iberoamérica, con vasta experiencia en gestión, docencia universitaria e implementación de proyectos institucionales, con organismos nacionales e internacionales, como: INDH, MINEDUC, UNESCO, ACHNU, OEI. Amplios conocimientos en el área de la Educación en Derechos Humanos, educación intercultural, género, inclusión y diversidad.